Santa Isabel de Portugal
Reina de Portugal. 1336.
Fue Reina de Portugal entre 1282 y 1325. Conocida también como la Pacificadora, nació en 1271 en Zaragoza, España. Fue llamada Elizabeth en honor a su tía abuela la gran Elizabeth de Hungría, pero es conocida en la historia de Portugal con la forma española de su nombre, Isabel. Hija de Pedro III, Rey de Aragón y Constanza II de Sicilia, biznieta del Emperador Federico II.
Pedro III de AragónA Jaime I de Aragón, la Historia lo registra con los títulos de Conquistador, por sus glorias militares, y de Santo, por su admirable piedad. Había roto relaciones con su hijo y heredero Pedro (a quien le fue atribuido el sobrenombre de Grande) debido a su matrimonio, sin el consentimiento paterno, con la princesa Constanza hija del Rey de Sicilia.
Jaime I el ConquistadorEsta situación anómala terminaría de la forma más inesperada: Jaime I consideró al primer fruto de aquella unión, Isabel, una señal de predilección de su tía abuela, Santa Isabel de Hungría. El gran guerrero fue de tal manera conquistado por la recién nacida, que perdonó a su hijo y quiso ejercer la custodia de la niña a fin de guiarla en sus primeros años. Así comenzó, desde la cuna, la acción de la futura santa, nacida probablemente en 1271, en el palacio real de la Aljafería, en Zaragoza.
Fue educada en una notable piedad, y llevó una vida muy estricta y sacrificada desde la niñez: recitaba el oficio divino cada día, ayunaba y hacía otras penitencias renunciando a cualquier entretenimiento. Isabel pensaba consagrar a Dios su virginidad, pero por una iluminación divina y la recomendación de su confesor comprendió que, como princesa, debería aceptar un esposo y hacer brillar en el trono las virtudes evangélicas. Por ello, contrajo matrimonio a los 12 años con Dionisio I, Rey de Portugal.
En la corte portuguesa ella continuó siendo un modelo de virtud, como lo fue en la de Aragón. Su buen ejemplo llevó a muchas damas de la nobleza a vivir tan cristianamente como la Reina. La fama de ese buen ejemplo llegó rápidamente a todos los rincones de Portugal, excitando en todas partes una santa emulación.
Cuando Isabel entró a Portugal, ya éste había barrido de su territorio el yugo mahometano y ampliado sus fronteras hasta los límites actuales, entrando en una nueva era de paz y prosperidad.
Dionisio reconstruyó ciudades devastadas por la guerra, fundó hospitales y escuelas, entre ellas la célebre Universidad de Coimbra. Restauró y construyó iglesias, orfanatos para los hijos de los que habían muerto en la guerra, y sobre todo se dedicó a la agricultura con tal ahínco, que recibió de la posteridad los títulos de Rey Labrador y Padre de la Patria. Evidentemente, Santa Isabel ejerció un gran papel en todo ello, lo que le valió en la época el calificativo de Reina de los Agricultores.
Sin embargo, Dionisio fue extremadamente malvado y, en consecuencia, su corte, a la que su mujer fue llevada estaba muy corrupta.
Isabel fue un ejemplo de respeto, amor y obediencia al marido. Éste, aunque dotado de muchas cualidades que lo hicieron amigo de la justicia y de la verdad, se dejó llevar, cuando era joven, por malos ejemplos, manteniendo muchas relaciones ilícitas de las cuales nacieron varios hijos bastardos. La Reina, a quien le pesaba más la ofensa hecha a Dios, que a sí misma, y el escándalo público que representaba tal procedimiento, sufría y practicaba la virtud de la paciencia por las miserias morales del esposo, rezando y sacrificándose por él, y buscando atraerlo hacia una vida virtuosa. En bien de la verdad, es necesario decir que Dionisio supo comprender la grandeza de alma de su esposa, concediéndole total libertad tanto para sus devociones cuanto para la práctica de la caridad. Tal paciencia lo llevó finalmente a reconocer sus errores, enmendarse de su depravación y hacer penitencia por sus pecados.
Quien no sufría con la misma resignación por los pecados del Rey era el Infante Alfonso, su hijo, que deseaba noblemente hacer cesar el ultraje hecho a su madre. Cierto día, se declaró en abierta rebeldía contra su padre. Éste resolvió aprisionarlo por sorpresa y encerrarlo en una torre hasta el fin de sus días. La Reina descubrió el plan del marido y mandó alertar al hijo del peligro que corría. Algunos cortesanos malintencionados la acusaron ante el Rey de ser partidaria del hijo rebelde y auxiliarlo hasta con armas. Demasiado crédulo, el monarca expulsó a Isabel del palacio, la privó de todas las rentas y la desterró a la ciudad de Alenquer.
Alfonso solicitó el auxilio de Aragón y de Castilla contra su padre. La guerra civil era inevitable. Al tomar conocimiento del peligro de ese conflicto, Isabel abandonó Alenquer contra la orden de su marido y se dirigió a Coimbra, donde estaba el Rey. Lanzándose a sus pies, le suplicó perdonase al hijo. Dionisio la recibió con bondad y la autorizó a intentar establecer la paz con el hijo. La Reina fue a Pombal, donde el príncipe se encontraba al frente de sus tropas, y asegurándole el perdón del Rey, consiguió restablecer la paz.
Isabel continuó silenciosamente con sus prácticas religiosas, mientras hacía lo posible por ganarse el afecto de su marido con mucha ternura y extraordinaria paciencia. Se debía al pobre y al enfermo y empleaba todo su tiempo libre en ayudarles, incluso ponía a sus damas de la corte al servicio de ellos.
Naturalmente, esta vida no satisfacía a muchos de los que tenía a su alrededor causando animadversión en algunos sectores. La Reina tenía un paje muy virtuoso y prudente, digno de toda confianza, quien se encargaba de conceder a los pobres gran parte de sus limosnas. Otro paje, que lo envidiaba, le fue a decir al monarca que la confianza de la Reina por aquel paje era fruto de una inclinación pecaminosa. El Rey, que en aquel tiempo estaba entregado a una vida irregular, dio crédito a la calumnia, y planeó matar secretamente al referido paje. Cierto día, al pasar por un lugar donde había una fábrica de cal, llamó a los trabajadores y les ordenó que, cuando alguien viniese de su parte a preguntar si ellos habían hecho lo que el Rey había ordenado, que lo cogiesen y lo lanzasen al gran horno para que ahí pereciera.
Al día siguiente, Dionisio mandó al paje de la Reina ir a la fábrica a preguntar si lo que él había ordenado había sido hecho. Sin embargo, la Providencia velaba por el virtuoso joven. En el camino al pasar por una iglesia, el paje entró a rezar. Y al ver que iba a comenzar una Misa, permaneció algún tiempo para asistir a ella. Terminada la primera misa, comenzó una segunda, después una tercera, y el piadoso paje se quedó también en la iglesia para rezar durante el transcurso de ellas.
Mientras tanto, el Rey, llevado por la impaciencia, llamó a otro paje (providencialmente, el mismo calumniador) y lo envió a la fábrica, a fin de enterarse si su orden había sido cumplida. Inmediatamente los trabajadores se apoderan del infeliz y lo lanzaron al horno. El primer paje llegó después a aquel lugar y preguntó si la orden del Rey se había ejecutado, recibiendo una respuesta afirmativa. De regreso al palacio, fue a dar cuenta de su misión al soberano, quien se sorprendió al verlo con vida y quiso saber qué habría ocurrido. El paje le contó entonces que, cuando iba camino a la fábrica, pasó por la iglesia para hacer una oración rápida. Y que su padre, al morir, le había recomendado asistir a todas las misas que viese comenzadas. Por eso había asistido a tres misas sucesivas, y tan sólo después fue a ejecutar lo que el Rey había ordenado. El monarca reconoció en el hecho el juicio de Dios, certificando la inocencia de la Reina, la virtud de su paje y la malicia del calumniador.
Isabel hizo construir albergues para indigentes, forasteros y peregrinos. En la capital fundó un hospital para pobres, un colegio gratuito para niñas, una casa para mujeres arrepentidas y un hospicio para niños abandonados. Conseguía ayudas para construir puentes en sitios peligrosos y repartía con gran generosidad toda clase de ayudas.
Visitaba enfermos, conseguía médicos para los que no tenían con qué pagar la consulta; hacía construir conventos para religiosos, a las muchachas muy pobres les costeaba lo necesario para que pudieran entrar al convento, si así lo deseaban. Tenía guardada una linda corona de oro y unos adornos muy bellos y un hermoso vestido de bodas, que prestaba a las muchachas más pobres, para que pudieran lucir bien hermosas el día de su matrimonio.
La Reina Isabel realizó varios milagros aún en vida. Cierta vez en que por devoción lavaba los pies de los pobres, había una mujer con una úlcera que exhalaba un mal olor insoportable. Lavó y curó la herida y para vencer su repugnancia, la besó. Al contacto con los labios de la Reina, la herida desapareció.
Cierta noche, durante el sueño, Isabel recibió una inspiración del divino Espíritu Santo para edificar una iglesia en su honor. Mandó a unos arquitectos al lugar que le parecía más conveniente para estudiar la edificación. Ellos volvieron diciendo que los cimientos ya habían sido colocados y que se podía, por lo tanto, iniciar la construcción. Todos se sorprendieron con este hecho, pues hasta la víspera no había vestigio de esos cimientos. Teniendo en vista dejar constancia de tal prodigio para la posteridad, el Rey mandó levantar un acta de lo sucedido. Cuando la Reina acudió al lugar para ver el milagro, entró en éxtasis a la vista de muchos testigos.
Muy conocido es el milagro de las rosas. Isabel llevaba en un delantal pan para socorrer a los pobres, cuando se encontró con su marido, el cual le preguntó qué guardaba. Isabel le respondió que eran rosas. Pero transcurría el invierno europeo en que toda la naturaleza parece muerta y, por lo tanto, no brotaban las flores. Entonces el Rey quiso ver qué era lo que realmente llevaba en el delantal. La Reina lo abrió, y surgieron bellas y perfumadas rosas.
Denis no parece cambiar su moral hasta muy avanzada edad, cuando dicen que la santa le llevó al arrepentimiento a través de sus oraciones y su constante dulzura. Tuvo dos hijos: Alfonso, que será Rey de Portugal, sucesor de su padre, y Constancia (futura Reina de Castilla). Alfonso estaba muy resentido por los favoritismos mostrados por el Rey hacia sus hijos ilegítimos, y en 1323 fue declarada la guerra entre él y su padre. Sin embargo, Santa Isabel montó a caballo y se colocó en persona entre los dos ejércitos reconciliando así a su marido y a su hijo.
En una oportunidad cuando los ejércitos de su esposo y de su hijo se preparaban para combatirse, ella vestida de sencilla campesina atravesó los campos y se fue hacia donde estaban los guerreros y de rodillas ante el esposo o el hijo les hizo jurarse perdón y obtuvo la paz. Son impresionantes las cartas que se conservan de esta Reina pacificadora. Escribe a su esposo: "Como una loba enfurecida a la cual le van a matar a su hijito, lucharé por no dejar que las armas del Rey se lancen contra nuestro propio hijo. Pero al mismo tiempo haré que primero me destrocen a mí las armas de los ejércitos de mi hijo, antes que ellos disparen contra los seguidores de su padre". Al hijo le escribe: "Por Santa María la Virgen, te pido que hagas las paces con tu padre. Mira que los guerreros queman casas, destruyen cultivos y destrozan todo. No con las armas, hijo, no con las armas, arreglaremos los problemas, sino dialogando, consiguiendo arbitrajes para arreglar los conflictos. Yo haré que las tropas del Rey se alejen y que los reclamos del hijo sean atendidos, pero por favor, recuerda que tienes deberes gravísimos con tu padre como hijo y como súbdito con el Rey". Y conseguía la paz una y otra vez.
Denis murió en 1325, y su hijo le sucedió como Alfonso IV. Fue entonces cuando Santa Isabel se retiró a un convento de Pobres Claras que ella había fundado en Coimbra, donde tomó el hábito de terciaria franciscana, con el deseo de dedicar el resto de su vida al pobre y al enfermo desde la oscuridad, pero fue inspirada para actuar una vez más como pacificadora cuando en 1336 Alfonso IV marchó con sus tropas para luchar contra el Rey de Castilla, a cuya hija María había maltratado y abandonado y con la que Alfonso se había casado.
A pesar de la edad y su debilidad, la Santa Reina viuda insistió en correr hasta Estremoz, donde estaban los dos ejércitos y de nuevo detuvo la lucha y propuso términos de paz para ser llevados a cabo. Pero el esfuerzo la llevó más allá de sus posibilidades y apenas hubo concluido su misión murió de una fiebre muy alta, llena de gracia celestial, y exhortando a su hijo al amor por lo sagrado y la paz.
Santa Isabel fue enterrada en Coimbra y varios milagros ocurrieron tras su muerte. Fue canonizada por Urbano VIII en 1625.
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