Santa Isabel
Madre de San
Juan Bautista. Siglo I.
"En tiempos de Herodes, rey de Judea, había un sacerdote llamado Zacarías, de la clase sacerdotal de Abías. Su mujer, llamada Isabel, era descendiente de Aarón. Ambos eran justos a los ojos de Dios y seguían en forma irreprochable todos los mandamientos y preceptos del Señor. Pero no tenían hijos, porque Isabel era estéril; y los dos eran de edad avanzada". (Lc 1, 5-7).
La historia de Zacarías e Isabel nos enseña que nunca debemos perder la esperanza porque "nada es imposible para Dios". (Lc 1, 37). Zacarías era un sacerdote de la octava clase, la de Abías, uno de los 24 establecidos por David para regular los turnos de servicio semanales en el templo.
Se casó con Isabel, también descendiente de una familia sacerdotal, y se estableció en Ain Karen. Eran ancianos y su matrimonio no había gozado de la bendición de un heredero, y tal esterilidad se interpretaba no solo como una desgracia sino como una maldición que los marginaba; sin embargo, su unión era sólida, se amaban y su vida era justa.
Un día, mientras estaba en el templo, Zacarías recibió un anuncio divino por medio del arcángel Gabriel, que le preanunció el embarazo de su esposa. Al verlo se asustó, mas el ángel le dijo: "No tengas miedo, Zacarías; pues vengo a decirte que tú verás al Mesías, y que tu mujer va a tener un hijo, que será su precursor, a quien pondrás por nombre Juan. No beberá vino ni cosa que pueda embriagar y ya desde el vientre de su madre será lleno del Espíritu Santo, y convertirá a muchos para Dios".
Pero Zacarías respondió al ángel: "¿Cómo podré asegurarme que eso es verdad, pues mi mujer ya es vieja y yo también?". El ángel le dijo: "Yo soy Gabriel, que asisto al trono de Dios, de quien he sido enviado a traerte esta nueva. Mas por cuanto tú no has dado crédito a mis palabras, quedarás mudo y no volverás a hablar hasta que todo esto se cumpla".
Esto sucedió hasta el octavo día después del nacimiento del niño, cuando el niño fue circuncidado: entonces se le abrió de nuevo su lengua para confirmar que su nombre debería ser Juan, como el ángel se lo había anunciado. (Lc 1, 64).
Seis meses después, el mismo ángel se apareció a la Santísima Virgen comunicándole que iba a ser Madre del Hijo de Dios, y también le dio la noticia del embarazo de su prima Isabel.
Llena de gozo corrió a ponerse a disposición de su prima para ayudarle en aquellos momentos. Y habiendo entrado en su casa la saludó. En aquel momento, el niño Juan saltó de alegría en el vientre de su madre, porque acababa de recibir la gracia del Espíritu Santo al contacto del Hijo de Dios que estaba en el vientre de la Virgen.
También Santa Isabel se sintió llena del Espíritu Santo y, con espíritu profético, exclamó: "Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre. ¿De dónde me viene a mí tanta dicha de que la Madre de mi Señor venga a verme?. Pues en ese instante que la voz de tu salutación llegó a mis oídos, la criatura que hay en mi vientre se puso a dar saltos de júbilo. ¡Oh, bienaventurada eres Tú que has creído!. Porque sin falta se cumplirán todas las cosas que se te han dicho de parte del Señor".
Y permaneció la Virgen en casa de su prima aproximadamente tres meses; hasta que nació San Juan.
Los orientales creen que Isabel salvó milagrosamente a su hijo cuando se efectuó la degollación dispuesta por Herodes, y que después se retiró a un desierto, en donde terminó sus días.
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