Beato Jacopo o Santiago de Voragine o de Varazze

                                        Arzobispo de Génova y Escritor medieval. 1298.

 Nacido en Viraggio (ahora Varazze), cerca de Génova (Italia), aproximadamente en 1230. En 1244 a los 14 años, ingresó en la Orden de Santo Domingo, y pronto se hizo famoso por su piedad, saber, y celo en el cuidado de almas. 

Enseñó teología y Sagrada Escritura en varios conventos de su Orden. Tras de ejercer el cargo de Prior en el convento de Génova, fue elegido, en 1267, Provincial de Lombardía. Como sólo tenía entonces 37 años, su nombramiento dio ocasión a ciertas murmuraciones, pero la prudencia y habilidad que demostró en el cargo, redujeron pronto al silencio a sus opositores. Jacobo desempeñó el cargo de Provincial durante 19 años consecutivos, al cabo de los cuales fue nombrado Definidor. 

Su fama como predicador se extendió por toda Italia y fue llamado a predicar desde los púlpitos más famosos de Lombardía. En 1288, fue comisionado por el Papa Nicolás IV para libertar a los genoveses de la excomunión de la Iglesia, en que habían incurrido, por ayudar a los sicilianos en su revuelta contra el Rey de Nápoles. 

Cuando el Arzobispo Carlos Bernard de Génova murió, en 1286, el Capítulo Metropolitano de Génova propuso a Jacopo de Voragine, como sucesor. En su negativa por aceptar la dignidad, Obizzo Fieschi, Patriarca de Antioquia, a quien los sarracenos impulsaban desde su sede, fue transferido a la Sede de la arquidiócesis de Génova por Nicolás IV, en 1288. Cuando Obizzo Fieschi murió en 1292, el Capítulo de Génova eligió unánimemente a Jacopo de Voragine como sucesor. Por segunda vez intentó evadir la dignidad de arzobispo, pero finalmente se obligó a ceder por los ruegos combinados del clero, Senado y pueblo de Génova. Nicolás IV anhelaba consagrarlo Obispo personalmente y lo llamó a Roma para ese propósito; pero, inesperadamente, tras la llegada de Voragine, el Papa murió, y el nuevo Obispo fue consagrado en Roma mientras sucedía el interregno en abril de 1292. 

El episcopado de Jacopo de Voragine se desplomó en el tiempo que Génova fue escena de guerras continuas entre los Rampini y los Mascarati, güelfos los primeros y gibelinos los últimos.

De hecho, el Arzobispo produjo en 1295, una aparente reconciliación entre los dos partidos hostiles; pero las disensiones surgieron nuevamente, y todos sus esfuerzos por restaurar la paz fueron inútiles. En 1292, llevó a cabo un Sínodo Provincial en Génova, con el principal propósito de identificar las reliquias de San Siro, uno de los primeros Obispos de Génova en el año 324. 

Como Jacobo no olvidaba su voto religioso de pobreza, empleaba liberalmente las rentas de su rica diócesis en socorrer a los necesitados y a las víctimas de la guerra civil, en dotar hospitales y monasterios y en reconstruir iglesias. Fue un verdadero modelo entre los prelados del norte de Italia, algunos de los cuales aplicaron las mismas medidas que él para mantener la disciplina entre el clero.

El culto de Jacopo de Voragine que parece haber empezado poco después de su muerte, fue ratificado por Pío VII en 1816.

Jacopo de Voragine es más conocido como autor de una colección de vidas legendarias de santos titulada "Legenda Sanctorum" por el autor, pero pronto se conoció universalmente como "Legenda Aurea" (Leyenda Dorada), pues la gente de esos tiempos equiparó su valor al del oro. En algunas de sus primeras ediciones se tituló "Lombardica Historia", dando la falsa opinión que éste fue un trabajo distinto a la "Leyenda Dorada."

Dicha obra es sin duda, entre las colecciones de leyendas o vidas de santos, la más divulgada y la que mayor influencia ha ejercido. Desde el punto de vista crítico, carece absolutamente de valor histórico; pero tiene la ventaja de poner de relieve la mentalidad sencilla y crédula del público para el que fue escrita. Por otra parte, considerada como libro de devoción y edificación, la obra de Jacobo de Vorágine es una verdadera obra de arte. El autor realizó perfectamente el objetivo que se había fijado, que consistía en escribir un libro que el pueblo leyese y que le enseñase a amar a Dios y a odiar el pecado. De no haber sido por la Reforma, la traducción inglesa del libro de Jacobo, habría ejercido gran influencia sobre la literatura de Inglaterra. La estrechez del humanismo histórico llevó a Luis Vives, a Melchor Cano y a otros, a despreciar la obra de Jacobo de Vorágine; por el contrario, los bolandistas que poseían un espíritu verdaderamente científico, jamás han dejado de admirarla.

Que Santo Domingo de Guzmán aparezca junto al perro blanco y negro con la antorcha en el hocico, que San Lorenzo se le represente con la parrilla de su martirio, que San Jorge sea siempre representado matando al dragón, tiene su origen en esta obra y en este fraile dominico.


No es la Leyenda Dorada un documento histórico con la narración de hechos reales como hoy los entendemos, pues el objetivo principal no fue el redactar biografías históricas tal cual hoy consideramos, o escribir tratados científicos para eruditos, sino libros de devoción para la gente común, que estaba inmersa en la creencia inquebrantable de la omnipotencia de Dios y su cuidado paternal, que los llevaría a alcanzar una vida santa. La Leyenda Dorada ofrecía a través de su páginas, la posibilidad de conocer modelos de vida dignos de ser emulados.



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