San Jaime o Santiago de la Marca
Sacerdote Franciscano. 1476.
En la Europa del siglo XV, en lo político, los estados se hacían la guerra entre sí, mientras los turcos avanzaban sobre sus territorios, tras haber conquistado Constantinopla y Chipre.
Y en lo religioso, la Iglesia tenía que hacer frente a multitud de sectas y herejías: Fraticelli, patarenos, albigenses, maniqueos, iconoclastas... En esta difícil situación, los hijos de San Francisco se distinguieron, una vez más, por su obra en favor de la fe, de la paz y de los pobres. En Italia destacaron, de manera especial, las cuatro columnas de la observancia franciscana, a saber: San Bernardino de Siena, San Juan de Capistrano, Alberto de Sarteano y San Jaime de la Marca.
Nacido en una familia pobre llamada Gangala, en Monteprandone, Marca de Ancona, Italia, en 1391. Se lo representa generalmente sosteniendo un cáliz en su mano derecha, del cual está escapando una serpiente (en alusión a los esfuerzos de algunos herejes para envenenarlo, o menos probablemente, a la controversia respecto a la Preciosísima Sangre).
A los 7 años quedó huérfano, y tuvo que cuidar el rebaño familiar, pero aquella vida no le satisfacía, de modo que se escapó de casa y marchó a vivir a Offida, en casa de un tío suyo sacerdote. Éste, viendo sus dotes y voluntad de aprender, le enseñó a leer y a escribir, y lo mandó a estudiar estudiar artes liberales a una escuela de Áscoli Piceno.
Logró doctorarse en Derecho civil y eclesiástico en Perusa al tiempo que trabajaba en la educación de los hijos de un profesor universitario, con cuya ayuda consiguió el cargo de notario público en el Ayuntamiento de Florencia. Luego trabajó como comisario y juez en Bibbiena (Arezzo).
Aquí pudo conocer la gran corrupción existente en las más altas capas de la sociedad, pero también a los franciscanos. Esto y sus meditaciones acerca del misterio redentor de la cruz manifestado a Francisco en el cercano monte de La Verna lo animaron a dejar la abogacía y, tras un breve retiro en la Cartuja de Florencia, decidió ingresar en la Orden de los Hermanos Menores de la observancia. Tenia 23 años cuando, como dirá luego en uno de sus sermones, "entregó a Cristo su cuerpo en la castidad y su alma en la obediencia, abandonando las cosas de poca importancia y las terrenas, la familia y las satisfacciones de la vida, buscando una sola cosa: a Jesucristo bendito".
El 25 de julio de 1416, fiesta del apóstol Santiago, vestía el hábito gris franciscano en el convento observante de Santa María de los Ángeles en Asís, y cambiaba su nombre de Doménico por el de Giacomo (Jaime, Jacobo o Santiago). El hábito se lo había preparado con sus propias manos San Bernardino de Siena, a quien debió de conocer durante su permanencia en Toscana.
Hizo el noviciado en la ermita de las Cárceles. El 13 de junio de 1420, tras haber estudiado teología bajo el magisterio de San Bernardino, era ordenado sacerdote en Fiésole. Ese mismo día pronunció su primer sermón, que versó sobre San Antonio de Padua. Descubiertas así sus grandes dotes oratorias, sus superiores lo destinaron enseguida a la predicación.
Como ya ocurriera con San Bernardino de Siena, Jaime llenaba de gente las plazas con sus predicaciones populares, en lengua vulgar. Entre sus primeras experiencias destacan la de Cuaresma en Áscoli, en 1421, la de San Miniato de Florencia el 27 de diciembre de 1422, y la de Venecia en la fiesta de San Juan Bautista. Lo requerían desde muchas ciudades de Úmbria y de las Marcas. Sus temas tocaban las verdades fundamentales de la fe cristiana: Dios, Jesucristo, los misterios de su pasión, muerte y resurrección, los sacramentos, la oración, la gracia, la palabra de Dios, vida eterna, paraíso, infierno, pecado, vicios capitales, el homicidio, la blasfemia, el perdón, la reconciliación y la paz. Los ideales de justicia y equidad y la defensa de los pobres que practicó cuando era juez, se reflejaban ahora en sus predicaciones.
De manera especial combatió con energía las creencias erróneas de los grupos sectarios, en especial de los "Fraticelli", que atentaron varias veces contra su vida. Su palabra y el testimonio de su vida era tan fuertes que penetraban en los corazones de los oyentes y los convertía al Señor. Él mismo confesaba: "He visto durante el sermón algunos soldados sexagenarios llorar mucho por sus pecados y la pasión de Cristo, y me confesaron que durante su vida jamás habían derramado una lágrima". La seriedad y fama del predicador no tardó en llegar a oídos del Papa Eugenio IV, quien en 1431 lo envió como Nuncio para combatir las herejías al otro lado del Adriático, y para algunas misiones diplomáticas en Europa centro-oriental. Su primera actuación fue en Dubrownik (Croacia), y del éxito de su predicación dan fe las cartas del 30 de enero de 1443, que las autoridades locales enviaron al Papa, agradeciéndole el envío de San Jaime, y rogándole que lo nombrara también Inquisidor contra las herejías.
Durante el invierno de 1432 recorrió muchas ciudades de la península balcánica en Dalmacia, Croacia, Bosnia y Eslovenia, en los confines con Austria. El 1 de abril, el Ministro General de la Orden lo nombraba comisario, visitador y vicario de Bosnia, con plenos poderes para intervenir en la vida y disciplina de los frailes que habían perdido el verdadero significado de su vocación. Además de predicador y reformador, San Jaime ejerció también de mediador entre el Rey de Bosnia Esteban Turko, y un pariente suyo, Radivoj, que se había proclamado rey legítimo de Bosnia con el apoyo de los turcos, en su afán por extenderse hacia el centro de Europa. Situación difícil, en la que el santo tuvo que desplegar toda su diplomacia, para no molestar a ninguno de los soberanos.
En tiempos del Concilio de Basilea promovió la unión de los Husitas moderados (miembros del movimiento religioso y nacionalista bohemio originado con Juan Huss, caracterizado por la observancia de la doctrina de Wycliffite respecto a la pobreza y pureza clerical, la supremacía de la Biblia, y la insistencia de la comunión bajo las especies de pan y vino para los laicos. El movimiento se dividió en calixtinos y taboritas tras la muerte de Huss) con la Iglesia, y con los griegos en el Concilio de Ferrara en Florencia.
Predicó varias Cruzadas contra los turcos, y a la muerte de San Juan de Capistrano, en 1456, Jaime fue enviado a Hungría como su sucesor. En Italia, luchó contra los Fraticelli, y predicó en todas las grandes ciudades; en Milán le ofrecieron el obispado, el cual declinó. San Jaime pertenecía a la rama de los Observantes de los Frailes Menores, que rápidamente se desarrolló y generó mucha envidia.
En 1436 ejerció varios encargos diplomáticos, y ejerció como inquisidor en Hungría, Austria y Praga, donde pronunció el discurso oficial en la coronación del Emperador Segismundo. En Austria, a petición de Segismundo, procuró la paz entre Hungría y Bohemia, sin necesidad de intervención militar, mediante acuerdos que favorecían a ambas partes. El 27 de agosto, el Emperador, acompañado por San Jaime, entraba triunfalmente en Praga.
En 1439 regresa a Italia, y se dedica a recorrer las principales ciudades del centro y norte de la península, llamando a la paz y a las buenas costumbres. El interés por oírle era tal, que muchos acudían con varias horas de antelación a coger sitio. En su predicación invitaba a todos a invocar el poderoso nombre de Jesús en los momentos de necesidad o peligro, y contaba los favores obtenidos por su invocación.
Bajo Calixto III, en 1455 fue constituido árbitro en las discusiones de los temas entre conventuales y observantes. Su decisión fue publicada en 1456, en una Bula Papal, que no satisfizo a ninguna de las partes. Pocos años después, un lunes de Pascua de 1462, San Jaime, predicando en Brescia, expresó la opinión de algunos teólogos, que la Preciosísima Sangre derramada durante la Pasión no estaba unida a la Divinidad de Cristo durante los 3 días de su entierro. El dominico Jaime de Brescia, Inquisidor, lo citó inmediatamente ante el tribunal. Jaime rehusó comparecer, y luego de algunos problemas, apeló a la Santa Sede. Esta cuestión fue discutida en Roma, en Navidad de 1462, ante Pio II y los Cardenales, pero no se llegó a una decisión.
Combatió la lacra de la prostitución, tratando de redimir a las mujeres que ejercían dicha profesión. El 22 de julio de 1460, fiesta de Santa María Magdalena, logró reunir y predicar a un grupo numeroso de prostitutas, que se convirtieron. Ese mismo día consiguió recoger 3000 ducados de limosnas, que empleó en adquirir las dotes necesarias para que pudieran contraer matrimonio. Abandonada la predicación por lo avanzado de su edad y por su salud precaria, su intención era retirarse en el convento por él fundado en su pueblo natal. Sin embargo, una carta del Papa Sixto IV le rogaba que se trasladase a Nápoles, donde lo reclamaba con insistencia el Rey Fernando de Aragón. Al Papa le interesaba que Jaime accediera, pues sus relaciones con el rey no eran buenas, y esa podía ser una buena ocasión para restablecer las relaciones diplomáticas.
Jaime obedeció enseguida y en la primavera de 1473 llegaba a Nápoles. Un hijo del rey, Alfonso, duque de Calabria, lo había conocido en Civitella del Tronto y se lo había recomendado a su padre, que estaba enfermo. El rey se curó por intercesión del santo, que pudo predicar no sólo en Nápoles, sino también en las ciudades de los alrededores. La fama de sus prodigios suscitó tal devoción, que el pueblo, el clero y el rey no permitieron que Jaime de la Marca se fuera y así logró que permaneciera tres años en la ciudad, hasta el momento de su muerte, ocurrida a las siete de la mañana del jueves 28 de noviembre de 1476.
Fue enterrado allí, en la iglesia franciscana de Santa María la Nueva, donde es posible ver aun su cuerpo. Beatificado por Urbano VIII en 1624, fue canonizado por Benedicto XIII en 1726.
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