San Juan Damasceno

 

                                              Escritor. Doctor de la Iglesia. 754.

San Juan Mansur, conocido como Damasceno por haber nacido en Damasco en la segunda mitad del siglo VII, era pues un cristiano de origen árabe. En aquella época Siria ya estaba dominada por los musulmanes, que habían conquistado también Palestina. Sin embargo, en ese comienzo de la ocupación islamita, aún había cierta tolerancia y libertad para los cristianos.

Nació en Damasco (Siria), hacia el año 676. Probablemente el nombre del padre de Juan fue Mansur. Lo poco que se sabe de él indica que era un excelente cristiano al que el ambiente infiel no afectaba en su fervor religioso. Aparentemente su adhesión a la verdad cristiana no constituía ofensa a los ojos de sus compatriotas sarracenos, pues parece haber gozado de su estima en grado eminente, y haberse hecho cargo de los deberes del principal funcionario financiero del Califa, Abdul Malek. El autor de la vida sólo registra el nombre de dos de sus hijos, Juan y su medio hermano Cosme.

Los gobernadores musulmanes de Damasco, donde nació San Juan, no eran injustos con sus súbditos cristianos, aunque les exigían pagar un impuesto personal y someterse a otras humillantes condiciones. Permitían que, tanto los cristianos como los judíos, ocuparan puestos importantes y que, en ciertos casos, amasaran grandes fortunas. 

El médico de cabecera del Califa era casi siempre un judío, mientras que los cristianos eran empleados como escribas, administradores y arquitectos. Entre los oficiales de su corte, en el año 675, había un cristiano, llamado Juan, que tenía el cargo de Jefe del departamento de Recaudación de Impuestos, oficio que parece haber llegado a ser hereditario en su familia. Ese fue el padre de este santo y el sobrenombre de "al-Mansur," que los árabes le dieron, fue después transferido al hijo. 

Juan Damasceno nació y fue bautizado en su infancia. Cuando el futuro apologista hubo alcanzado la edad de 23 años su padre buscó un tutor cristiano capaz de dar a sus hijos la mejor educación que permitía la época. En esto fue singularmente afortunado. Estando un día en la plaza del mercado, descubrió entre los cautivos tomados en una reciente expedición a las costas de Italia, a un monje siciliano llamado Cosme. La investigación le demostró que era un hombre de profunda y amplia erudición. Por medio de la influencia del Califa, Mansur consiguió la libertad del cautivo y lo nombró tutor de sus hijos. 



Bajo la tutela de Cosme, Juan hizo tan rápidos progresos que, en el lenguaje entusiasta de su biógrafo, pronto igualó a Diofanto en álgebra y a Euclides en geometría. Iguales progresos hizo en música, astronomía y teología.

                                      

A la muerte de su padre, Juan Damasceno fue hecho Alcalde de Damasco. Fue durante el ejercicio de este cargo cuando la Iglesia de Oriente comenzó a verse agitada por los primeros rumores de la herejía iconoclasta.

El Emperador de Oriente era entonces León III, llamado Isaurio por haber nacido en Isauria. Soldado del Imperio Bizantino, destacó por su bravura y habilidad. Nombrado en 713 para el comando de las tropas de Oriente, derrotó al usurpador Teodosio y entró victoriosamente en Constantinopla en marzo de 717, siendo consagrado Emperador.

Cinco meses después comenzaba, por tierra y por mar, el sitio islámico de la capital imperial, cuyo término no se daría sino hasta dentro de un año, en agosto de 718. Su defensa fue tan formidable que, de toda la flota musulmana, apenas cinco barcos regresaron a sus puertos en Siria. Perdieron aún los musulmanes 140 mil soldados, de los 180 mil con que contaban. Con esta espectacular victoria, León III salvó verdaderamente a la Cristiandad.

Óptimo militar pero pésimo administrador, León III promulgó el año 725 una reforma financiera muy impopular. Y al año siguiente, a pesar de ser muy ignorante en la materia, quiso legislar sobre religión. “El Emperador llegó a la conclusión de que las imágenes eran el principal impedimento para la conversión de judíos y musulmanes, la causa de la superstición, debilidad y división de su imperio, y opuestas al Primer Mandamiento. La campaña contra las imágenes fue parte de una reforma general de la Iglesia y el Estado. La idea de León III era purificar la Iglesia, centralizarla tanto como fuera posible bajo el Patriarca de Constantinopla, y por tanto fortalecer y centralizar el Estado del Imperio”. Aquí ya se vislumbra la tendencia constante de Constantinopla de separarse de la verdadera Iglesia.

En el año 726, a despecho de las protestas de Germán, Patriarca de Constantinopla, el Emperador León el Isáurico publicó su primer Edicto contra la veneración de las imágenes. Desde su seguro refugio en la corte del Califa, Juan Damasceno inmediatamente se implicó contra él, en defensa de esta antigua tradición de los cristianos. No sólo se opuso personalmente al monarca bizantino, sino que promovió la resistencia del pueblo.

San Juan Damasceno, que podía hablar desde Siria sin trabas por no estar sujeto al Emperador, entró inmediatamente en el debate, escribiendo tres cartas contra el iconoclasta y su edicto: “Tal vez, conociendo mi indignidad, debiera haberme condenado a perpetuo silencio. Pero cuando la Iglesia de Jesucristo, mi madre, es ultrajada, calumniada y perseguida delante de mí, el grito del amor filial se escapa a pesar mío de mi corazón. La palabra sale de mis labios para defenderla, porque temo a Dios más que a los poderes de este mundo”

Y con la lógica del sentido común, pondera: “Lo que es un libro para los que saben leer, eso son las imágenes para los analfabetos. Lo que la palabra obra por el oído, lo obra la imagen por la vista”. Después argumentaba: “¿No veneráis el monte Calvario, la piedra del Santo Sepulcro, los libros del Santo Evangelio, el santo leño y los vasos sagrados? ¿Qué duda, pues, tenéis en venerar las imágenes de los santos?”. A lo cual añade, que la Iglesia no adora sino a Dios y que venera a los santos. “En cuanto a las imágenes, ellas sirven para instruirnos, para despertar nuestra devoción, porque siendo doble nuestra naturaleza, sensible e intelectual, las cosas visibles son necesarias para que nos acordemos de las invisibles. El mismo Dios se hizo visible encarnándose”.

En el año 730, el Isáurico publicó un segundo edicto, en el que no sólo prohibía la veneración de las imágenes, sino que incluso impedía su exhibición en lugares públicos. A este decreto real replicó el Damasceno con un vigor aún mayor que antes, y mediante la adopción de un estilo más sencillo puso el punto de vista cristiano de la controversia al alcance de la gente de la calle. 

Una tercera carta subrayaba lo que ya había dicho y advertía al Emperador de que tuviera cuidado con las consecuencias de su ilegal acción. Naturalmente, estas poderosas apologías suscitaron la ira del Emperador bizantino. Habiendo conseguido una carta autógrafa escrita por Juan Damasceno, falsificó una carta, de letra exactamente igual, dando a entender que había sido escrita por Juan al Emperador, y que le ofrecía entregar en sus manos la ciudad de Damasco. Envió la carta al Califa. 

No obstante la formal declaración de inocencia del consejero, aquél la aceptó como genuina y ordenó que la mano que la escribió se le cortara por la muñeca.

La sentencia fue ejecutada, pero, según su biógrafo, por intervención de la Santísima Virgen, la mano amputada fue milagrosamente restaurada. Para agradecer a la Madre de Dios, él encargó la réplica de la mano en plata y la adjuntó al icono delante del cual se produjo el milagro. Este icono se empezó a llamar de Tres Manos.

El Califa, convencido ahora de la inocencia de Juan, lo habría repuesto con gusto en su anterior cargo, pero el Damasceno había oído una llamada a una vida superior, y con su hermanastro Cosme entró en el Monasterio de San Sabas, a unas 18 millas al sudeste de Jerusalén. 

                                                      Monasterio de San Sabas

Juan y Cosme se establecieron entre los hermanos y ocuparon su tiempo libre escribiendo libros y componiendo himnos. Posiblemente se ha pensado que a los otros monjes les agradó la presencia de tan valeroso campeón de la fe como Juan, pero esto estaba muy lejos de ser verdad. Se decía que los recién llegados estaban introduciendo la discordia. Ya era malo el escribir libros, pero aún peor el componer y cantar himnos, por lo que estaban escandalizados los hermanos. 

El colmo llegó cuando, a petición de un monje cuyo hermano había muerto, Juan escribió un himno fúnebre y lo cantó con una dulce melodía compuesta por él mismo. Su Superior, un viejo monje cuya celda compartía, lo atacó lleno de furia y lo arrojó de ahí: "¿Olvidas de esta manera tus votos?", exclamó el viejo. "En lugar de cubrirte de luto y llorar, te sientas lleno de gozo y te deleitas cantando". Solamente le permitió regresar después de varios días, bajo la condición de que recorriera los alrededores de la "Laura" y recogiera toda la basura con sus propias manos. San Juan obedeció sin replicar; pero durante el sueño, Nuestra Señora se le apareció al viejo monje y le ordenó que permitiera a su discípulo escribir tantos libros y tantas poesías como quisiera. De ahí en adelante, San Juan pudo dedicar su tiempo al estudio y a su trabajo literario.

Añade la leyenda que fue varias veces enviado, quizás para el bien de su alma, a vender canastas en las calles de Damasco, donde antaño había ocupado tan alto puesto. Debe, sin embargo, confesarse, que estos detalles, escritos por su biógrafo más de un siglo después de la muerte del santo, son de dudosa autoridad. Tras la habitual aprobación, Juan V, Patriarca de Jerusalén, le confirió el ministerio del sacerdocio. 

En el año 754 el pseudo Sínodo de Constantinopla, reunido por orden del Emperador Constantino Coprónimo, el sucesor de León, confirmó los principios de los iconoclastas y anatematizó por su nombre a los que se habían opuesto a ellos de manera destacada. Pero la mayor parte del rencor del Concilio se reservó para Juan de Damasco. Se le llamó “maldito favorecedor de los sarracenos”, “traicionero adorador de imágenes”, “ofensor de Jesucristo”, “maestro de impiedad” y “mal intérprete de las Escrituras”.

Por orden del Emperador su nombre fue escrito “Manzer” (Manzeros, bastardo). Pero el VII Concilio Ecuménico de Nicea en el año 787, hizo abundantes rectificaciones a los insultos de sus enemigos, y Teófanes, escribiendo en el año 813, nos dice que fue apodado Crisorroas (corriente de oro) por sus amigos por sus dotes oratorias. 

San Juan Damasceno fue a la par filósofo, teólogo, orador ascético, historiador, exegeta, poeta y músico. Escritor fructífero, su principal obra es "Fuente del conocimiento", dividida en tres partes: “la primera, llamada Dialéctica, trae lo mejor de la filosofía griega; la segunda el Libro de las herejías es histórica, y trata de las herejías nacidas en la Iglesia en el correr de los siglos hasta la de los iconoclastas, y contiene clara exposición y refutación del mahometismo. La tercera es el voluminoso tratado llamado "Exposición de la fe Ortodoxa", en el que habla de Dios, de sus obras y atributos, de la Providencia, de la Encarnación y Sacramentos, compendiando lo que dicen la Escritura y la Tradición acerca de cada uno de estas materias”. “Al tratar del islamismo, ataca vigorosamente las prácticas inmorales de Mahoma y las corruptas enseñanzas incluidas en el Corán para legalizar los delitos del profeta”.

San Juan Damasceno “es el primero que acometió la empresa de hacer una exposición sintética del dogma y una defensa general de los artículos del Símbolo, contra todas las herejías, realizando, más que una compilación, un resumen personal de los Padres griegos, cuya doctrina condensa con un esfuerzo genial en una lengua clara, firme y precisa. Eco fiel y poderoso de toda la literatura eclesiástica del Oriente antiguo, escribe el primer ensayo de Summa teológica, mereciendo ser llamado el primero de los escolásticos”.

Entre otras obras de filosofía y teología, San Juan Damasceno “es tenido por autor de muchísimos cánticos selectos y populares, algunos de los cuales traen las antologías antiguas y modernas de música religiosa; tiene entre ellos algunos muy hermosos a la Virgen María. También compuso algunas piadosas trovas para pedir el eterno descanso para las almas del purgatorio”.

San Juan Damasceno falleció alrededor del año 749, casi centenario. Por su profunda cultura teológica y de otras disciplinas profanas, Juan ha sido apodado "el Santo Tomás de Oriente", hasta el punto que el Papa León XIII lo proclamó Doctor de la Iglesia en 1890 por su contribución a la doctrina teológica y a la liturgia de la Iglesia oriental. 



Comentarios

Entradas populares