San León I Magno o el Grande

 

                                               Papa. Doctor de la Iglesia. 461.

 Papa N° 45 de la Iglesia. El pontificado de León, junto al de San Gregorio I, es el más significante e importante de la antigüedad cristiana. En un momento en que la Iglesia estaba experimentando los mayores obstáculos a su progreso, a consecuencia de la desintegración acelerada del Imperio de Occidente, mientras que el de Oriente estaba profundamente agitado por las controversias dogmáticas, este gran Papa, con prudente sagacidad y mano poderosa, guio el destino de la Iglesia Romana y Universal. 

León era nativo de Toscana y el nombre de su padre era Quintianus. La más antigua información histórica sobre León lo muestra como diácono de la Iglesia romana, bajo el Papa Celestino I (422-32). 

Durante el pontificado de Sixto III (422-40), León fue enviado a la Galia por el Emperador Valentiniano III para mediar en una disputa y provocar la reconciliación entre Aëcio, principal comandante militar de la provincia, y el principal magistrado, Albino. Esta comisión es una prueba de la gran confianza puesta por la corte imperial en el diestro y capaz diácono. 

Sixto III murió en agosto de 440, mientras León estaba en la Galia, y éste fue elegido como sucesor suyo. De vuelta en Roma, León fue consagrado en septiembre del mismo año, gobernó la Iglesia romana durante los siguientes 21 años.

El objetivo principal de León fue mantener la unidad de la Iglesia. No mucho después de su elevación a la Silla de Pedro, se vio compelido a combatir enérgicamente las herejías que amenazaban la unidad de la iglesia, incluso en Occidente. León había averiguado, a través del Obispo Séptimo de Altinum, que en Aquilea, los sacerdotes, diáconos y clérigos que se habían adherido a Pelagio, habían sido admitidos a la comunión sin una renuncia explícita de su herejía.

El Papa censuró grandemente este procedimiento y ordenó que se convocara un Concilio provincial en Aquilea, en el que a tales personas se les exigiría abjurar públicamente del pelagianismo y suscribir a una confesión inequívoca de fe. Este pastor celoso emprendió más aun vigorosamente la guerra contra el maniqueísmo, ya que sus adeptos, que habían sido conducidos desde África por los vándalos, se habían establecido en Roma y habían establecido allí con éxito una comunidad secreta de maniqueos. 

El Papa pidió que los creyentes delataran a estos herejes a los sacerdotes y, en el 443, junto con los Senadores y presbíteros, condujo personalmente una investigación, en el curso de la cual se examinó a los líderes de la comunidad. En varios sermones advirtió enfáticamente a los cristianos de Roma para que estuvieran en guardia contra esta reprensible herejía, y repetidamente les encargó dar información sobre sus seguidores, sus moradas, conocimientos, y encuentros. Un buen número de maniqueos en Roma se convirtieron y fueron admitidos a la confesión; otros, que permanecían obstinados, fueron, en obediencia a decretos imperiales, desterrados de Roma por los magistrados civiles.

En el año 444, el Papa envió una carta a todos los Obispos de Italia a la que añadió los documentos que contenían los procedimientos contra los maniqueos en Roma, y les advirtió para que estuvieran en guardia y emprendieran acciones contra los seguidores de la secta. En el 445, el Emperador Valentiniano III emitió, indudablemente instigado por el Papa, un duro decreto en el que estableció severos castigos para los maniqueos. Prospero de Aquitania afirma en su "Crónica" que, a consecuencia de las medidas enérgicas de León, los maniqueos fueron expulsados de las provincias, e incluso los Obispos orientales emularon el ejemplo del Papa con respecto a esta secta.

Desde el primer momento, San León dio pruebas de sus excepcionales cualidades de pastor y jefe. La predicación era entonces privilegio casi exclusivo de los obispos; San León se dedicó a instruir sistemáticamente al pueblo de Roma para convertirle en ejemplo de las otras Iglesias. Los 96 sermones auténticos de San León que han llegado hasta nosotros, muestran que insistía en la limosna y otros aspectos sociales de la vida cristiana y que explicaba al pueblo la doctrina, particularmente lo relativo a la Encarnación. Afortunadamente, se conservan 143 cartas de San León y otras treinta que le fueron escritas. Por ellas, podemos darnos una idea de la extraordinaria vigilancia con que el santo Pontífice seguía la vida de la Iglesia en todo el Imperio. 

La gran desorganización en cuestiones eclesiásticas de ciertos países, como resultado de las migraciones nacionales, exigía unos lazos más íntimos entre su Episcopado y Roma para la promoción de una buena vida eclesiástica. León, con este objetivo a la vista, determinó hacer uso del Vicariato Papal de los Obispos de Arles de la provincia de la Galia, para la creación de un centro para el Episcopado galicano en estrecha unión con Roma. Al principio sus esfuerzos fueron dificultados grandemente por su conflicto con San Hilario, entonces Obispo de Arles. 

Previamente, los conflictos se habían alzado en relación con el Vicariato de los Obispos de Arles y sus privilegios. Hilario hizo un uso excesivo de su autoridad sobre las otras provincias eclesiásticas y exigió que todos los Obispos debieran ser consagrados por él, en lugar de su propio metropolitano. Por ejemplo, cuando se alzó la protesta, porque el Obispo Celedonio de Besançon había sido consagrado en violación del canon (los motivos alegados fueron que, se había casado con una viuda cuando era laico, y, como funcionario público, había dado su consentimiento a una pena de muerte), Hilario lo depuso y consagró a Importuno como sucesor. Celedonio apeló inmediatamente al Papa y partió personalmente hacia Roma. Casi al mismo tiempo, Hilario, como si la sede en cuestión estuviera vacante, consagró para el puesto a otro Obispo, un tal Projectus, que estaba enfermo. Projectus se recuperó sin embargo y se quejó también a Roma por la acción del Obispo de Arles. Hilario fue entonces a Roma a justificar sus procedimientos.

El Papa congregó un Sínodo Romano (aproximadamente 445) y, cuando los motivos alegados contra Celedonio no pudieron ser verificados, reintegró a éste último en su sede. Projectus también recibió de nuevo su Obispado. Hilario regresó a Arles antes de que el Sínodo hubiera terminado; el Papa lo privó de jurisdicción sobre las otras provincias gálicas y de los derechos metropolitanos sobre la provincia de Vienne, permitiéndole retener solo su diócesis de Arles. Estas decisiones fueron divulgadas por León en una carta a los obispos de la provincia de Vienne. Al mismo tiempo les envió un decreto de Valentiniano III, que respaldaba las medidas del Papa con respecto a San Hilario, y reconocía solemnemente la primacía del Obispo de Roma sobre toda la Iglesia. Al regresar a su obispado, Hilario buscó una reconciliación con el Papa.

Cuando Ravennius poco después consagró un nuevo Obispo para suceder al Obispo de Vaison, el Arzobispo de Vienne, que se encontraba en Roma, se ofendió por esta acción. Los Obispos de la provincia de Arles escribieron una carta conjunta al Papa en la que le pidieron que restaurara a Ravennius los derechos de los que había sido privado su predecesor. En su contestación, León accedió a su demanda. El Arzobispo de Vienne retuvo sólo los obispados sufragáneos de Valence, Tarentaise, Ginebra y Grenoble; todas las restantes sedes de la provincia de Vienne quedaron sometidas al Arzobispo de Arles, que también recuperó de nuevo su papel de mediador entre la Santa Sede y todo el episcopado gálico.

Pero fue especialmente en su intervención en la confusión de las peleas cristológicas, que agitaban profundamente a la Cristiandad Oriental en ese momento, cuando León se reveló más brillantemente como el más juicioso, sabio y enérgico pastor de la Iglesia. El santo Pontífice, en su calidad de pastor universal, tuvo que enfrentarse en el Oriente con dificultades más grandes que las de cualquiera de sus predecesores. En el año 448, recibió una carta de un abad de Constantinopla, llamado Eutiques, quien se quejaba del recrudecimiento de la herejía nestoriana. San León respondió discretamente que iba a investigar el asunto. Al año siguiente, Eutiques escribió otra carta al Papa y mandó copia de ella a los Patriarcas de Alejandría y de Jerusalén. 

En dicha carta protestaba contra la excomunión que había fulminado contra él San Flaviano, Patriarca de Constantinopla, a instancias de Eusebio de Dorileo, y pedía ser restituido a su cargo. Con su carta iba otra del Emperador Teodosio II en defensa suya. Como en Roma no se había recibido la noticia oficial de la excomunión, San León escribió a San Flaviano, quien le envió amplias informaciones sobre el sínodo que había excomulgado a Eutiques. En ella ponía en claro que Eutiques había caído en el error de negar la existencia de dos naturalezas en Cristo, cosa que constituía una herejía opuesta al nestorianismo. 

En el año 449, el Emperador Teodosio convocó a un Concilio en Éfeso llamado tiempo después Concilio del Latrocinio, so pretexto de estudiar a fondo el asunto, pero el concilio estaba lleno de amigos de Eutiques y lo presidía uno de sus principales partidarios, Dióscoro, Patriarca de Alejandría. El conciliábulo absolvió a Eutiques y condenó a San Flaviano, quien murió poco después, a resultas de los golpes que había recibido. Como los legados del Papa se negaron a aceptar la sentencia del conciliábulo, se les prohibió leer la carta de San León ante la asamblea. En cuanto San León se enteró del asunto, anuló las decisiones de la asamblea y escribió al Emperador con estos consejos: "Deja a los obispos defender libremente la fe, pues ningún poder humano ni amenaza alguna son capaces de destruirla. Protege a la Iglesia y consérvala en paz para que Cristo proteja, a su vez, tu Imperio".

Dos años después, en el reinado del Emperador Marciano, se reunió en Calcedonia un Concilio Ecuménico. Seiscientos obispos, entre los que se contaban los legados de San León, acudieron a él. El Concilio reivindicó la memoria de San Flaviano y excomulgó y depuso a Dióscoro. 

El 13 de junio del 449, San León había escrito a San Flaviano una carta doctrinal, en la que exponía claramente la fe de la Iglesia en las dos naturalezas de Cristo y refutaba los errores de los eutiquianos y nestorianos. Dióscoro había ignorado esa famosa carta, conocida con el nombre de "Carta Dogmática" o "Tomo de San León"; en esa ocasión se leyó en el Concilio. "¡Pedro ha hablado por la boca de León!", exclamaron los obispos, después de oír esa lúcida exposición sobre la doble naturaleza de Cristo, que se convirtió desde entonces en doctrina oficial de la Iglesia. El Concilio aceptó solemnemente la carta dogmática de León a Flaviano, como una expresión de la fe católica acerca de la persona de Cristo. El Papa confirmó los decretos del Concilio después de eliminar el canon que elevaba el Patriarcado de Constantinopla, disminuyendo los derechos de los antiguos Patriarcas orientales. En 453, León emitió una carta circular que confirmaba su definición dogmática.

Después del Concilio de Calcedonia, surgieron los Melquitas. Así se ha denominado a los cristianos yemenitas de Siria y Egipto. Aunque su rito es griego, la lengua que practican es el árabe. La palabra "melquita" deriva de la expresión semítica y árabe "Melek" que quiere decir "rey". Cuando el Emperador Marciano, en el año 451 hizo promulgar el Concilio de Calcedonia, que acababa de pronunciarse contra Eutiques y Dioscuro, los cristianos de la Iglesia de Oriente se dividieron en dos partidos: los que rehusaron someterse al decreto, que se llamaron "mardites", es decir, rebeldes; y los que aceptaron: melquitas, que quiere decir imperialistas. Durante la época en que Siria y Egipto cayeron bajo la dominación árabe, a este grupo de imperialistas se los siguió denominando "melquitas".

La Iglesia había conservado el rito griego, pero los feligreses aprendieron la lengua árabe e incluso la introdujeron en la liturgia. Después de Photius, los Patriarcas melquitas de Antioquia, que se regían por el Patriarca de Constantinopla, se separaron de la Iglesia Romana. Se intentó una reconciliación durante la época de las Cruzadas. En el año 1.500, el Papa Sixto V, envió a Oriente al Obispo Sidón, con la doble misión de realizar la unión y hacer aceptar a los melquitas el calendario gregoriano, pero sus esfuerzos fueron en vano. Por fin, el primer "palium" acordado a un Patriarca melquita fue el enviado par el Papa Benedicto XIV, en 1744.

Hubo también serias discusiones, a propósito de los trajes y el peinado. Los griegos ortodoxos no querían que los sacerdotes melquitas llevaran el mismo bonete y el mismo traje que los sacerdotes ortodoxos. Esta curiosa reyerta ocupó la atención de estos grupos religiosos, durante muchos años. Y a este dilema se sumaba también, la cuestión del calendario gregoriano. Las últimas discusiones entre escritores e historiadores de Oriente consistieron en saber si los griegos melquitas son de origen griego o sirio. Es difícil resolver este problema, porque los habitantes de Siria y Palestina, antes de la irrupción de Alejandro el Grande, pertenecían a la raza siria y hablaban una lengua semítica. La conquista de Alejandro permitió la formación de una nueva cultura en Occidente: el helenismo. Con el tiempo, la influencia del helenismo se expandió por todas las colonias griegas de Oriente. Incluso el idioma griego fue muy utilizado por los mercaderes de toda esa región; lo que motivó su amplia difusión. Con la conquista romana, el helenismo persistió y se acentuó, sobre todo bajo el mandato de los Emperadores Bizantinos, hasta la conquista de los árabes, en el siglo VII. Por todo esto, se comprende que la Iglesia romana "no haya tenido más remedio" que aceptar los ritos griegos dentro del cristianismo. Tampoco hemos de olvidar, que el elemento griego, dentro del cristianismo deriva de Platón. Pues, fue la filosofía clásica griega, especialmente la concepción platónica de lo absoluto (la Deidad Eterna), la que preparó al mundo para recibir una religión universal.

A través de la mediación del Obispo Julián de Cos, que era en ese momento el Embajador Papal en Constantinopla, el Papa intentó además proteger los intereses eclesiásticos en el Oriente. Persuadió al nuevo Emperador de Constantinopla, León I, para remover de la sede de Alejandría al irregular y herético Patriarca, Timoteo Eluro. Fue elegido para ocupar su lugar un nuevo y ortodoxo Patriarca, Timoteo Salafaciolo, y recibió las felicitaciones del Papa en la última carta que León envió al Oriente.

En su extenso cuidado pastoral de la Iglesia Universal, en Occidente y Oriente, el Papa nunca descuidó los intereses domésticos de la Iglesia en Roma. Cuando el norte de Italia fue devastado por Atila, León, por un encuentro personal con el Rey de los hunos, le impidió marchar sobre Roma. 

Atila invadió Italia al frente de los hunos, el año 452; quemó la ciudad de Aquilea, sembró el terror y la muerte a su paso, saqueó Milán y Pavía y se dirigió hacia la capital. 

Ante la ineficacia del general Aecio, el pueblo se llenó de pánico; todas las miradas se volvieron hacia San León. El Emperador Valente III y el Senado le autorizaron para negociar con el enemigo. Poseído de su carácter sagrado y sin vacilar un solo instante, el Papa partió de Roma, acompañado por el cónsul Avieno, por Trigecio, gobernador de la ciudad y unos cuantos sacerdotes. Entró en contacto con el enemigo en la actual ciudad de Peschiera. 

San León y su clero se entrevistaron con Atila y le persuadieron para que aceptase un tributo anual, en vez de saquear la ciudad. Esto salvó a Roma de la catástrofe por algún tiempo.

 Pero en el año 455, tres años más tarde, Genserico se presentó a la cabeza de los vándalos ante las puertas de la ciudad, totalmente indefensa. 

En esta ocasión, San León tuvo menos éxito, pero obtuvo que los vándalos se contentasen con saquear la ciudad, sin matar ni incendiar. 

Quince días después, los bárbaros se retiraron al África con numerosos cautivos y un inmenso botín.

San León emprendió inmediatamente la reconstrucción de la ciudad y la reparación de los daños causados por los bárbaros. Envió a muchos sacerdotes a asistir y rescatar a los prisioneros en África y restituyó, en cuanto le fue posible, los vasos sagrados de las iglesias. Gracias a su ilimitada confianza en Dios, no se desalentó jamás y conservó gran serenidad, aun en los momentos más difíciles. 

En los veintiún años de su pontificado se había ganado el cariño y la veneración de los ricos y de los pobres, de los emperadores y de los bárbaros, de los clérigos y de los laicos. Murió el 10 de noviembre del 461. 

Sus reliquias se conservan en la basílica de San Pedro. El historiador Jalland, anglicano, resume el carácter de San León con cuatro rasgos: "su energía indomable, su magnanimidad, su firmeza y su humilde devoción al deber". La exposición que hizo San León de la doctrina cristiana de la Encarnación, fue uno de los momentos más importantes de la historia del cristianismo. La más grande de sus realizaciones personales fue el éxito con que reivindicó la primacía de la Sede Romana en las cuestiones doctrinales. San León fue declarado Doctor de la Iglesia mucho tiempo después, en 1754.

Tuvo que enfrentar al Monofisismo o eutiquianismo: herejía y cisma promovido por el Archimandrita de los Monjes Cirilianos de Constantinopla, Eutiques, cuyo origen se remonta a su rechazo a la confesión cristológica conocida con el nombre de ‘Símbolo de la Unión’ (433). Luego del Concilio Ecuménico de Nicea en el año 431, se produjo una crisis entre los seguidores de las dos mas importantes escuelas teológicas dominantes en el Imperio, como lo eran la de Alejandría y la de Antioquía. Esta situación provocó que el Patriarca de Antioquía, Juan, formulara el citado ‘Símbolo de la Unión’ a fin de zanjar las diferencias existentes. En el citado símbolo se afirmó que: “Confesamos a nuestro Señor Jesucristo, unigénito de Dios, perfecto en cuanto Dios y perfecto en cuanto Hombre, con verdadera alma y verdadero cuerpo, que según la divinidad nació del Padre antes de todos los tiempos y según la humanidad; pues hubo una unión de dos naturalezas, y por eso confesamos un solo Cristo, un solo Hijo, un solo Señor, considerando esta unión sin mezcla, confesamos a la Santa Virgen, como madre de Dios, pues de Dios-Logos se hizo carne y hombre, y en la Encarnación se unió al Templo asumido de Ella”.

A pesar de los acuerdos obtenidos entres las dos escuelas, Eutiques no lo aceptó. Sus doctrinas tuvieron por origen la lucha que entabló contra la herejía nestoriana, sin advertir que, en su anhelo, caía en el error opuesto, ya que al cuestionar la naturaleza y la persona de Cristo, terminaba por negar lo que quiso defender. En síntesis, Eutiques sostenía que la naturaleza humana de Cristo había sido absorbida por la divina, produciéndose la unión física de lo humano y divino en una sola naturaleza (fisis), o sea la divina. Así, se negaba la realidad de la naturaleza humana de Cristo que, al ser absorbida por la divina, la carne no sería sino mera apariencia.

Ante la difusión y aceptación de tales doctrinas, Flaviano, Patriarca de Constantinopla decidió excomulgar a Eutiques en el año 448. Advertido de la situación el Papa San León I el Magno, envió a Flaviano una carta conocida como ‘Tomo a Flaviano’, a través de la cual se condenaban las enseñanzas de Eutiques y se confirmaba la verdadera doctrina de la Iglesia. En ese estado de cosas, Eutiques buscó amparo dentro de la Corte Imperial como del entonces Patriarca de Alejandría, Dióscoro. Convencido este último, intercedió a favor de aquél ante el Emperador Teodosio II, promoviendo la necesidad de convocar un nuevo Concilio que resolviera la cuestión suscitada por los monofisistas.

En el año 449, fue convocado un nuevo Concilio en Éfeso, siendo presidida por el Patriarca Dióscoro. Éste impidió la participación de los Legados Papales, logrando retener para sí la dirección del Concilio. Acalladas las voces opositoras y defensoras de la sana doctrina, y habiendo captado el apoyo imperial, el Concilio concluyó con la rehabilitación de Eutiques y sus doctrinas. En la historia de los Concilios, éste es conocido como el ‘Latrocinio de Éfeso’, el que fue severamente condenado por el Papa León I. 


A la muerte del Emperador Teodosio II en el año 430, y la llegada al trono de su hermana Pulqueria (quien luego se desposaría con el Senador Marciano), la suerte de Eutiques y sus seguidores habría de cambiar radicalmente. En el año 451 se convocó a un nuevo Concilio Ecuménico el que se llevaría a cabo en Calcedonia. 

En el mismo participaron 630 Padres Conciliares, siendo presidido por los Legados Papales.  En su quinta sesión, además de condenarse las doctrinas de Eutiques como las de Nestorio, depuso a Dióscoro de la titularidad de la silla patriarcal que ostentaba. No obstante, lo más trascendente fue la proclamación solemne de la doctrina según la cual, Cristo, persona divina, tiene dos naturalezas (humana y divina), distintas y no divididas, unidas y no confusas.

Aquellos monofisistas que se negaron a suscribir las definiciones conciliares de Calcedonia decidieron provocar un Cisma, dividiéndose entre sí en diversas corrientes. Así tenemos los liderados por Jacobo Bardai Sanzoli, Obispo de Edesa, cuyos seguidores se autodenominaron ‘jacobitas’ instalando sus principales enclaves en Siria y Armenia.  En 1646, un importante grupo de ‘jacobitas’, regresaron a la comunión con Roma, creándose para ellos el Patriarcado de Alepo en Siria. También el monofisismo, en sus diversas vertientes, influyó grandemente a los cristianos de Egipto (coptos) y Etiopía, como así también a los de Armenia, cuya Iglesia aceptó las doctrinas monofisistas elaboradas por el Patriarca de Alejandría, Pedro Mongo (junto al de Constantinopla, Acacio),compilación generalmente conocida bajo el nombre de ‘Enótico’. Entre otros importantes defensores del monofisismo merece destacarse a Julián de Helicarnesio.

Durante el siglo VI, la aparición de Severo de Antioquía dio un nuevo impulso a la herejía, cuya impronta fue denominada como ‘verbal’. Severo creía que en Cristo había una sola naturaleza (físis) pero entendida en sentido puramente personal, concreto e independiente, sinónimo de ‘hypóstasis’. Sus seguidores en la actualidad se concentran en algunos lugares de Armenia, Siria, la Mesopotamia y Egipto. En nuestros tiempos, son cinco las Iglesias no-calcedonianas, las que solo reconocen la validez de los tres primeros Concilios (Nicea, I Constantinopla y Éfeso). Ellas son: la Iglesia Siria Ortodoxa (o jacobita); la Iglesia Copto-Ortodoxa (Egipto); la Iglesia Etíope Ortodoxa y la Iglesia Malabar Ortodoxa (India). Si bien hay comunión entre ellas, se caracterizan por guardar una fuerte autonomía. Durante siglos estas Iglesias se mantuvieron virtualmente aisladas del resto de la Cristiandad, aunque en los últimos tiempos y como fruto del diálogo ecuménico, se han entablado un tímido acercamiento tanto con la Iglesia Católica como con la Ortodoxas.


Los jacobitas pertenecen al grupo de los "monofisitas". El nombre de jacobitas proviene, no como muchos creen, del Apóstol San Jacobo, sino de un monje sirio llamado Jacobo Baradai Sanzoli, último Obispo de Edesa, en el año 541. Los jacobitas siguen la doctrina enseñada por Dioscuro, según la cual, las dos naturalezas de Jesucristo se unieron para formar una naturaleza personal de dos naturalezas impersonales, sin mezcla ni confusión. La lengua litúrgica de esta iglesia es el siríaco y su idioma usual es el árabe. El Papa León XII trabajó duramente, en pos de la unión de los jacobitas con la Iglesia Católica sin conseguirlo. La secta fue creada en Siria, el mismo lugar de procedencia de los "monofisitas". En 1646, un gran número de monofisitas jacobitas abjuró del cisma y se unió a Roma, creándose para ellos el Patriarcado de Alepo, que reúne a gran parte de los sirios católicos.

Los armenios, monofisitas jacobitas, yacen bajo la jurisdicción de un Patriarca, que lleva el título de "universal" o católico, y al cual están sometidos los Patriarcas armenios de Jerusalén y Constantinopla. Dentro de la secta de los monofisitas están los "monofisitas coptos", que en su mayoría viven en Egipto. Y también los "monofisitas de Abisinia", que profesan doctrinas similares a la de los coptos y responden al Patriarcado de Alejandría. Del monofisismo devino lo que se consideró la última controversia cristológica, en tierras del cercano Oriente, es decir, el "Monotelismo". 

Se trata de una secta herética del siglo VII, que admitía en Cristo las dos naturalezas (divina y humana) bajo una sola voluntad, esto es: dos naturalezas para una misma persona. Esta herejía oriental surgió del intento del Emperador Heraclio para reconciliar a los monofisitas con Roma. El monotelismo, que ya había sido condenado en el Concilio de Letrán en 649; lo fue nuevamente en el VI Ecuménico de Constantinopla, en 680. Allí se definió explícitamente la dualidad de voluntades en Cristo y las dos operaciones, pero nunca llegó a reconocerse oficialmente por la Iglesia Católica.


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