Santa Rosa de Lima

 

                                                   Virgen.  Terciaria Dominica. 1617.

 Nacida en Lima, Perú en 1586. Isabel Flores de Oliva nació el 20 de abril de 1586 en Lima,​ la capital del entonces Virreinato del Perú. Fue hija de Gaspar Floresarcabucero ​ y de María de Oliva y Herrera, hilandera y costurera indígena.​ Además fue la cuarta hija de doce hermanos.

En su Confirmación, en 1597, tomó el nombre de Rosa, porque, cuando niña, su cara había sido vista transformada por una rosa mística. Cuando era niña, destacaba por su gran reverencia y pronunciado amor hacia todas las cosas relacionadas a Dios. Esto tomó tal posesión de ella que desde entonces su vida la consagró a la oración y mortificación. 

Era escrupulosamente obediente y de labor incansable, progresaba rápidamente a través de la atención que prestaba a la instrucción que le brindaban sus padres, a sus estudios, y a su trabajo doméstico, sobre todo con la aguja. 

Después de leer sobre Santa Catalina de Siena decidió tomar a la santa como modelo para su vida. Empezó ayunando tres veces por semana, además de severas penitencias secretas, y cuando se veía tentada por la vanidad, cortaba su hermoso cabello, llevaba ropa tosca, y maltrataba sus manos con arduo trabajo.

Debido a problemas económicos de la familia, trabajaba el día entero en el huerto y bordaba para diferentes familias de la ciudad y así ayudar al sostenimiento de su hogar. Bajo esas condiciones precarias, también veía a su alrededor otra pobreza más humillante, la de los indios. Su niñera Mariana, quien era india, la ayudó a tomar conciencia de la humildad de estos individuos. 

Entre ellas existía tal compenetración que el alma de Mariana veía a Rosa en toda la antigua población inca, maltratada por los hidalgos españoles. Rosa decía: "Si los cristianos están obligados a predicar amor por todas partes, ¿por qué llegaron a América con guerras, destrucción y odio?" Esa idea la torturaba, y se preguntaba con angustia: "¿Por qué deben sufrir tantos indios?" No encontró respuesta hasta que descubrió el valor redentor del sufrimiento.

Todo este tiempo, ella tenía que enfrentarse con las objeciones de sus amigos, el ridículo de su familia, y la censura de sus padres. Pasaba muchas horas frente al Santísimo Sacramento, a quien recibía diariamente.  Cuando fue admirada por su belleza, Rosa cortó su cabello y se echó pimienta a la cara, molesta por haber atraído pretendientes.​ Rechazó a todos sus pretendientes, a pesar de la oposición de amigos y familiares. 

Dentro de su práctica religiosa tomó como modelo a Santa Catalina de Siena y la imitó en todo lo que tuvo a su alcance. Desde la túnica blanca y el manto negro para la cabeza hasta su comportamiento.

                                                      Santa Catalina de Siena

Finalmente decidió hacer un voto de virginidad, e inspirada por amor sobrenatural, adoptó medios extraordinarios para cumplirlo. Tuvo que combatir la oposición de sus padres, quienes deseaban que se casara. Durante 10 años su lucha continuó y finalmente obtuvo, por paciencia y oración, el consentimiento de sus padres de continuar con su misión. 

Al mismo tiempo grandes tentaciones atacaban su pureza, su fe y su constancia, causándole insoportable agonía de mente y desolación de espíritu, impulsándola a mortificaciones más frecuentes; pero diariamente también, Nuestro Señor se manifestaba a sí mismo, fortaleciéndola con el conocimiento de su presencia y consolando su mente con la evidencia de su divino amor.

 El ayuno diario fue seguido pronto de la abstinencia perpetua de carne, y esta, a su vez, por el consumo único de la comida más tosca, apenas suficiente para sobrevivir. Sus días estaban llenos de actos de caridad y servicio. Su puntada y bordado exquisitos le ayudaban a mantener su casa, y sus noches estaban consagradas a la oración y a la penitencia.

Cuando su trabajo se lo permitía se retiraba a la pequeña gruta que había construido, con la ayuda de su hermano, en su pequeño jardín, y allí pasaba sus noches, en soledad y oración. Superando la oposición de sus padres, y con el consentimiento de su confesante, le permitieron posteriormente convertirse, prácticamente, en una reclusa en esta celda, salvo por sus visitas al Santísimo Sacramento.  Nunca llegaría a recluirse en un convento; Rosa siguió viviendo con sus familiares, ayudando en las tareas de la casa y preocupándose por las personas necesitadas.

A la edad de 20 años, recibió el hábito de Santo Domingo. Después de esto reduplicó la severidad y variedad de sus penitencias a un grado heroico, usando constantemente una corona de espinas de metal, ocultada por rosas, y una cadena de hierro sobre su cintura.

Podía permanecer días sin probar alimento alguno, salvo un trago de hiel mezclado con hierbas amargas. Cuando ya no podía estar de pie, buscó reposo en una cama construida por ella, de vidrio roto, piedra, restos de recipientes, y espinas. Ella admitía que el pensamiento de acostarse en ella le hacía temblar de miedo. 

Este martirio de su cuerpo duró 14 años sin interrupciones, pero no sin consuelo. Nuestro Señor frecuentemente se le revelaba e inundaba su alma con paz y alegría, a tal punto que podía permanecer en éxtasis cuatro horas.

Su penitencia era tan rigurosa, que más parece admirable que imitable: 12 horas de 24 que tiene el día natural se ocupaba en oración y porque la apretaba el sueño, que este fue el mayor enemigo que tuvo. Para no dormir se fijó un clavo en la pared de su oratorio y atando los cabellos suyos con una cuerda asiéndolos fuertemente del clavo se dejaba colgar de ellos y en esta forma hacía su oración, en las cuales siendo vencida del sueño, la misma Virgen, Madre de Dios, llegando a ella, le decía: “hija Rosa despierta no duermas, vela, haz oración a tu esposo”.

Su cama era una barbacoa de unos maderos muy juntos, entre los cuales tenía puestas unas tejas de botijas quebradas con unas puntas hechas de las mismas tejas que salían de entre los maderos de la parte alta, porque acostándose sobre la cama la atormentasen y no dejasen dormir. Tan áspera y rigurosa era la cama que solía decir la tierna doncella a sus confesores que le daban sudores de muerte cuando consideraba solo se había de recostar en tal cama; pero no por eso lo dejaba de hacer, antes con mayor ánimo se arrojaba en ella. Traía una corona de espinas. Las puntas hechas de plata de tres órdenes. Cada orden tenía 33 puntas, que por todas vienen a ser 99. 

Imitó a la Madre Santa Catalina de Siena y así lo dijo a su confesor. No comió carne sino en la ocasión de enfermedad, solo y cuando fuese grave y esto por mandado del médico y padre de confesión, a quien siempre estuvo muy sujeta por su gran humildad. Su ordinario sustento eran yerbas y tenía cuidado para que fuesen las que apetecía enviar por unas que hay en la sierra, amarguísimas y entre ellas la traían la flor de la granadilla. Ayunaba las cuaresmas enteras y advientos, a pan y agua; y los lunes, miércoles y viernes y sábados de las semanas, aunque estos últimos años los ayunó todos, sin comer otra cosa más que pan y agua sola. Los domingos, cuando mucho, era un huevo o un pedacito de pescado y esto a la noche, porque era día de comunión, que en tales días acostumbraba esta tierna niña no comer hasta la noche, aunque muchos de ellos, lo uno ni lo otro comía.

Desde los 11 años de edad hasta los 30, que fueron los últimos de su vida, gozó de la presencia de Cristo y de su Santísima Madre y de Santa Catalina de Siena a la cual tuvo por maestra. A los tres veía, oía, hablaba innumerables veces en forma visible. 

Uno de los momentos importantes de su vida es el "Desposorio Místico", ocurrido el Domingo de Ramos de 1617, en la Capilla del Rosario (Templo de Santo Domingo de Lima). Rosa, al no recibir la palma que debía portar en la procesión, pensó que era un mensaje de Dios por alguna ofensa que ella hubiese realizado. Acongojada se dirigió a la Capilla de imagen del Rosario y orando ante la Virgen, sintió el llamado del Niño Jesús de la imagen, que le dijo: "Rosa de Mi Corazón, yo te quiero por Esposa", a lo que ella respondió: "Aquí tienes Señor a tu humilde esclava".

El mismo hijo de Dios se desposó con ella diciéndole “Rosa sed mi esposa”. Y la Virgen Santa María, en tal desposorio, fue la madrina; porque en aquella ocasión tenía al niño Jesús en sus manos, mirando a Sor Rosa, le dijo: “gran favor es el que te ha hecho mi hijo Rosa”.

Ella le ofrecía al Señor en estas ocasiones todas sus mortificaciones y penitencias en expiación por las ofensas contra su Divina Majestad, por la idolatría de su país, por la conversión de pecadores, y por las almas del purgatorio.  Solo salía para visitar el templo de Nuestra Señora del Rosario y atender las necesidades espirituales de los indígenas y los negros de la ciudad. También atendía a muchos enfermos que se acercaban a su casa buscando ayuda y atención, creando una especie de enfermería en su casa. 

En 1615, buques corsarios neerlandeses deciden atacar la ciudad de Lima, aproximándose al puerto del Callao en días previos a la fiesta de La Magdalena. La noticia corre pronto hasta Lima y con ello la proximidad y desembarco en el Callao, lo que altera los ánimos de los ciudadanos.

 Ante esto, Rosa reúne a las mujeres de Lima en la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario para orar por la salvación de Lima. Apenas llegada la noticia del desembarco, la terciaria subió al altar, y cortándose los vestidos y cosiendo los hábitos puso su cuerpo para defender a Cristo en el Sagrario.

 Los ánimos del vecindario eran alarmantes, llegando a huir muchos de Lima hacia lugares distantes. Misteriosamente el capitán de la flota neerlandesa falleció en su barco días después, y ello supuso la retirada de sus naves, sin atacar el Callao. En Lima todos atribuyeron el milagro a Rosa y por ello en sus imágenes se le representa portando a la Ciudad sostenida por el ancla.  En Argentina, Paraguay y Uruguay, hacia fines del mes de agosto ocurre la llamada "Tormenta de Santa Rosa". La tradición atribuye a Rosa el origen de este fenómeno natural que logró la huida de los enemigos de los peruanos.

En la historia de la virgen limeña se da una situación curiosa, que será importante en el proceso de canonización, y que hasta ahora no ha contado con una explicación mayor. Rosa tuvo una existencia bastante retraída, rehuyó el contacto con la gente y vivió su religiosidad de manera muy privada. Solo en los últimos cinco años de vida, cuando se vinculó al hogar del contador Gonzalo de la Maza, su persona comenzó a adquirir una cierta notoriedad, pero siempre muy limitada a pequeños grupos en el contexto de la sociedad de Lima. Ella no fue una mujer que gozara de gran popularidad, como aconteció con muchos otros personajes que tuvieron fama de santidad. Casi no estuvo asociada a hechos milagrosos que beneficiaran a otros sujetos. Pocas personas recurrían a ella buscando conocer el futuro mediante visiones o la cura de enfermedades. En vida no desempeñó un especial papel taumatúrgico, que era una de las actividades, que hacía de alguien un personaje popular y valorado como hombre santo.



Ya cerca del final de su vida, cayó gravemente enferma. Pasó los últimos tres meses de su vida en la casa de Gonzalo de la Maza, un contador notable del gobierno virreinal, y de su esposa María de Uzategui.​ En este lugar se levanta el Monasterio de Santa Rosa de Lima.

 Murió de tuberculosis a los 31 años de edad, en las primeras horas del 24 de agosto de 1617, fiesta de San Bartolomé, como ella misma profetizó y contó el Padre Leonardo Hansen, quien escribió la primera biografía de "Rosa Peruana".​ 

No obstante lo anterior, Rosa tuvo un entierro multitudinario y la sociedad limeña se precipitó a sus exequias, en la que participaron incluso las más altas autoridades civiles y eclesiásticas del Virreinato. Personas que nunca la conocieron se abalanzaron sobre el féretro para tratar de tocarla u obtener alguna reliquia.

 ¿A qué se debió ese fenómeno? En gran medida dicha situación está vinculada a los confesores de la joven, que se encargaron de difundir sus virtudes y de comprometer a las órdenes religiosas en una participación activa e institucional en las exequias. Esto es especialmente clave en lo que respecta a la Orden de Santo Domingo. Un miembro de ella tomó nota puntual de las revelaciones de Luisa de Melgarejo, durante el velatorio, y otro escribió a los pocos días una breve relación de su vida. Los dominicos asumieron a la difunta como un miembro de la Orden y el Procurador General de ella, a la semana de la muerte, solicitará al Arzobispo que se reciba información de testigos acerca de "su santa vida".

La noticia de su muerte se extendió como un reguero por la ciudad debido a esa relativa fama que tenía. Pero sin duda que también influyó de manera muy decisiva la visión que a las pocas horas de su muerte y delante del féretro tuvo Luisa de Melgarejo. Esta, arrobada, ante quienes allí estaban, fue narrando durante horas la entrada al cielo de Rosa de Santa María y la recepción que la divinidad hizo de ella. 

Luisa era la esposa del doctor Juan de Soto, abogado, relator de la Audiencia de Lima y ex Rector de la Universidad de San Marcos. Dicha señora, desde hacía algún tiempo, gozaba de gran fama como mujer de acendrada espiritualidad. Los Padres Jesuitas le tenían especial consideración y miembros de la Orden fueron sus confesores y guías espirituales. Incluso más, algunos de estos fueron profundos admiradores de ella por estimar que llevaba una vida virtuosa ejemplar y que gozaba de ciertos dones especiales, indicadores del favor divino que le agraciaba. El ex Provincial de la Compañía y místico de renombre, Diego Álvarez de Paz, fue su confesor y la estimuló para que pusiera por escrito sus experiencias místicas. Varios otros miembros de la Orden, entre los que estaba Juan de Villalobos, Rector del Colegio de San Pablo, Joseph de Arriagada, Diego Martínez y Juan Sebastián Parra, la tenían en gran estima sobre todo por sus condiciones como visionaria. Pero si la apreciaban numerosos religiosos, con mayor razón era admirada por el común de los fieles.

Dicha mujer se relacionó con varias de las personas que en la época tenían fama de virtuosas, como el médico Juan del Castillo, el contador Lorenzo de la Maza y su mujer María de Uzátegui, y Rosa de Santa María, entre otras. A esta la conoció cuando se fue a vivir a la casa del contador, unos 5 años antes de su muerte, y llegó a tener con ella un trato relativamente frecuente. Luisa de Melgarejo tenía gran admiración por ella y siempre que se encontraban le hacía ostentosas manifestaciones de respeto. Leonardo Hansen dice al respecto que "la saluda de rodillas… y si la veía pasar no se podía contener sin fijarse en las huellas de sus pies, y besar el sitio en donde los había puesto en señal de reverencia".

Rosa falleció poco después de las 12 de la noche, al empezar el 24 de agosto, día de San Bartolomé. Su cuerpo, después de vestido con el hábito de Santo Domingo, fue llevado de la habitación en que murió a una cuadra o sala más amplia en la que se juntaron alrededor de 20 personas. Allí, Luisa de Melgarejo se arrobó y estuvo en "éxtasis desde la 1:15 poco más o menos, hasta cerca de las 5 de la mañana…, y estando en él prorrumpió en habla". 

De lo que dijo en esa oportunidad tomaron nota puntual los testigos Juan Costilla Benavides, Oficial Mayor del contador de la Maza, y el fraile dominico Francisco Nieto. El texto íntegro de esas visiones, sacadas en limpio, las incluyó Gonzalo de la Maza en su respuesta a la pregunta 24 del cuestionario a los testigos que declararían sobre la vida de Rosa de Santa María con motivo de las informaciones ordenadas por el Arzobispo Bartolomé Lobo Guerrero. Lo expresado por Luisa es bastante inconexo y confuso, no obstante lo cual hay ciertas ideas que quedan más o menos claras. Lo fundamental tiene que ver con la recepción que Rosa había tenido en el cielo. Al respecto refiere el recibimiento que le hizo la Virgen en "la morada eterna, allá donde no hay hastío, allá donde la hartura no empalaga, allá donde mientras más se goza más se desea gozar". A continuación mencionaba los cánticos celestiales con que la recibieron los ángeles. Más adelante enfatizaba que esas maravillas que Rosa estaba experimentando, como el vivir eternamente, el gozar del banquete celestial donde Dios equivalía al manjar, eran consecuencia de la vida de santidad que había llevado, del amor al Señor que había cultivado. Terminaba describiendo lo que implicaba la gloria eterna para Rosa, que, al tener a la vista a su esposo, experimentaba fruición en el alma, paz y un gozo eterno.

Lo más significativo de esas visiones que Luisa refirió en voz alta para que las escucharan todos los que estaban en el velatorio, tuvo que ver con el alcance y derivaciones de ese acontecimiento. Luisa, al describir la recepción de Rosa en el cielo, lo que hizo fue santificarla, certificar de manera pública que ya se encontraba en el jardín eterno junto a su divino esposo. Para valorar la trascendencia de esa certificación no se puede dejar de lado la imagen que Luisa de Melgarejo tenía en la sociedad limeña. En esos momentos nadie discutía su vida virtuosa y, desde clérigos a laicos, todos le reconocían sus virtudes místicas y la capacidad para entrar en trance y tener visiones sobrenaturales.


Como es sabido, en 1622, Luisa fue procesada por la Inquisición, junto a otras mujeres visionarias, por ilusa y falsa santidad. De las declaraciones de los testigos, tanto laicos como eclesiásticos, quedó en evidencia el fingimiento de los arrobos y visiones de dicha mujer. Con todo, el proceso no llegó a concluirse, en parte, debido a la significación social del marido y a la intervención de algunos Padres de la Compañía de Jesús, confesores de la acusada, que metieron pluma y adulteraron los escritos en que refería sus visiones. El prestigio de Luisa, era tan grande que ese tropiezo con la Inquisición no le afectó en su fama, al punto que gozó de reconocimiento hasta el final de sus días y a su entierro asistieron las más altas autoridades del Virreinato.

Las revelaciones de Luisa Melgarejo contribuyeron a darle a la muerte de Rosa una proyección social multitudinaria. Así queda de manifiesto en las declaraciones de Gonzalo de la Maza, 22 días después del deceso cuando señala que "por haber concurrido tanta gente a los arrobamientos y hablas y sido Nuestro Señor servido que fuesen con tanta publicidad ha dicho este testigo y declarado los nombres de las personas que los tuvieron y por haberse publicado en esta ciudad". El suceso descrito por aquella mujer de reconocida vida virtuosa dejaba en evidencia que no había muerto solo una buena católica, sino que había muerto una santa y, por lo tanto, era de esperar que los fieles efectuaran los rituales que en las situaciones de ese tipo se acostumbraba.

Según las hagiografías, Rosa se preparó para la muerte con bastante antelación e incluso pocos días antes, no obstante su enfermedad, visitó la casa de sus padres para despedirse de la pequeña celda que tenía en el jardín. Fray Francisco Nieto, testigo presencial de las últimas horas de Rosa, habla de su "feliz muerte". Esto puede parecer contradictorio con el sufrimiento físico que experimentó, pero lo cierto es que la calificación del Padre Nieto responde al comportamiento que guardó en la agonía. Mantuvo una lucidez total hasta los últimos instantes y tomó diversas medidas y efectuó varios acciones, como pedir el viático y la extremaunción; además de caer en éxtasis luego de recibir la eucaristía; firmar un poder para solicitar su entierro en el Convento de Santo Domingo. 

Confesó que moría como "hija legítima de su Gran Patriarca Santo Domingo"; solicitar que estuviera a la vista y extendido en la cama el escapulario de la Orden; pedir que un sacerdote le leyera un formulario en que solicitaba perdón por los agravios cometidos, mientras sostenía un crucifijo en sus manos; convocar a todos los de la casa del contador de la Maza y solicitarles perdón por las posibles ofensas; demandar de sus padres que le dieran la bendición y rogar que le pasaran la vela bendita de los agonizantes. En sus últimos instantes pidió que le quitaran la almohada para poder apoyar su cabeza en el madero de la cama y hacer de ese modo un símil con la muerte en la cruz. Expiró diciendo: "Jesús, Jesús, sea conmigo". El Padre Nieto y otros que la velaban quedaron convencidos que a medida que se acercaba la hora e iba desfalleciendo físicamente, se reforzaba su espíritu y recobraba bríos y alegrías, al punto que experimentaba gozo a raudales.

Fue beatificada por Clemente IX en 1667, y canonizada en 1671 por Clemente X. Entre los santos nacidos en América (antiguamente Indias Occidentales), Santa Rosa de Lima fue la primera en recibir el reconocimiento canónico de la Iglesia Católica.


Hoy sus restos se veneran en la Basílica de Nuestra Señora del Rosario de Lima (Santo Domingo).

Es notable la devoción del pueblo peruano y de América que visita la Capilla dedicada a su culto en el crucero del templo dominicano.



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