Santa Teresa de Lisieux o Teresita del Niño Jesús

 

                                               Carmelita. Doctora de la Iglesia. 1897.

Santa Teresa de Lisieux (Sor Teresa del Niño Jesús), carmelita de Lisieux, mejor conocida como la Florecita de Jesús, nació en Alençon, Francia, en 1873.  Fue el noveno hijo de santos padres, Louis y Celia Martin, quienes hubieran querido consagrar sus vidas a Dios en el claustro.

                                                          Louis y Celia Martin

 La vocación que se les negó fue dada a sus hijas, cinco de las cuales se hicieron religiosas, una en la Orden de la Visitación y 4 en el Convento carmelita de Lisieux.

El hogar de los esposos Martin era un verdadero jardín de virtudes y santidad. Amaban sinceramente a cada una de sus hijas, aunque no toleraban ninguna clase de mal comportamiento y lo corregían al instante. La fe cristiana era el sustento familiar. Cuando no estaban en la iglesia como familia, celebraban las fiestas religiosas o rezaban el rosario en casa como familia. 

Ya a su temprana edad asistía junto a su familia a misa cada día a las 5:30 de la mañana. La familia Martin se adhiere estrictamente al ayuno y la oración, al ritmo del año litúrgico. 

Los Martin también practicaban la caridad y ocasionalmente dan la bienvenida a algún pobre a su mesa; visitaban a los enfermos y los ancianos. Las niñas crecieron viendo en sus padres dos grandes modelos de santidad.

Su madre relata en una carta una actitud de Teresita que la pinta de cuerpo entero. "La nena me preguntaba el otro día si iría al cielo. Le contesté que sí, a condición de que sea buena. Me contestó: Sí, pero si no fuese buenecita, iría al infierno...Pero sé muy bien lo que haría entonces: me echaría a volar y me iría a tu lado, al cielo. ¿Cómo se las arreglaría Dios para agarrarme?. Tú me tomarías muy fuerte entre tus brazos". Teresita mantuvo toda su vida esa relación infantil con Dios. Cuando, mucho más tarde, le sobrevino la enfermedad que la llevaría a la muerte, exclamó: "Soy la pelotita del Niño Jesús, si Él quiere romper su juguete, es muy dueño de hacerlo. Sí, acepto todo lo que quiera”.

Desde 1865 Celia Martin se queja de dolores en su interior. En diciembre de 1876 un médico revela un “tumor fibroso” de gravedad. Es demasiado tarde para intentar una operación. 

                                                                 Celia Martin

El 24 de febrero de 1877, Celia pierde a su hermana María Luisa, que murió de tuberculosis en el Convento de la Visitación de Le Mans, con el nombre de hermana María Dositea. Después de su muerte, sus sufrimientos se agudizan, pero todo se lo esconde a su familia. En julio de 1877 Celia participa de una peregrinación al santuario de Lourdes pidiendo la gracia de su curación, pero no recibe tal gracia. Finalmente, Celia Martin muere el 28 de agosto de 1877 a causa de un cáncer de mama, cuando Teresa tenía apenas 4 años. En noviembre de 1877 Luis Martin decidió trasladarse a la ciudad de Lisieux, donde residía la familia de su esposa, quienes prometieron a Celia cuidar de sus hijas después de su muerte.

Su padre vendió su relojería y se fue a vivir a Lisieux donde sus hijas estarían bajo el cuidado de su tía, la Sra. Guerin, que era una mujer excelente. Santa Teresita era la preferida de su padre. Sus hermanas eran María, Paulina y Celina. La que dirigía la casa era María, y Paulina ,que era la mayor, se encargaba de la educación religiosa de sus hermanas. Les leía mucho en el invierno.


La familia Guerin los ayudó a instalarse en una casa rodeada de arbustos: los Buissonnets. Allí viviría Teresa los siguientes años hasta su entrada en el Carmelo de Lisieux. Teresa sintió profundamente el cambio de atmósfera. Echa de menos a su madre aún más y sobre esto escribió: "Desde que mamá murió, mi alegría característica cambió completamente; yo que era tan viva, tan expansiva, me convertí en tímida y dulce, sensible al exceso”. A pesar del amor prodigado a su padre y a Paulina, a quien después de la muerte de su madre adoptó como su "segunda madre", la vida era austera en los Buissonnets y tendría en cuenta más tarde que este fue "el segundo período de su existencia, el más doloroso de los tres".

A los 7 años, en 1880, Teresa se confiesa por primera vez. En esta ocasión ignora el miedo y los escrúpulos que ya tanto la fastidiaban, dice: "Desde que regresé de la confesión por todas las grandes fiestas ha sido un verdadero placer para mí cada vez que he ido”. 

El 13 de mayo de 1880, se hace presente en la primera comunión de Celina, que comparte con alegría: "Creo que he recibido grandes gracias de ese día y le considero uno de los más hermosos de mi vida". También ella está a la espera de recibir la sagrada comunión y decide aprovechar los tres años que le quedan para prepararse para el evento. 

A los 8 años, el 3 de octubre de 1881, Teresa entró en el colegio de las Benedictinas en Lisieux. Regresaba a su casa por las noches, ya que su familia residía muy cerca. Haber recibido previamente lecciones de Paulina y María le dio buenas bases y se puso rápidamente a la cabeza de su clase. Sin embargo, se encuentra con una vida en comunidad a la que no está acostumbrada. Es perseguida por compañeras de más edad que le tienen celos. Ella llora pero no se atreve a quejarse. No le gusta el recreo, tan ajetreado y ruidoso. Su maestra la describe como una estudiante obediente, tranquila y pacífica, a veces pensativa o incluso triste. Teresa dijo más tarde que estos cinco años fueron los más tristes de su vida, y encontró consuelo en la presencia de su "querida Celina".


Durante el verano de 1882, cuando Teresa tenía 9 años, se entera por accidente del deseo de su hermana Paulina de convertirse en monja carmelita. La idea de perder a su segunda madre le causa gran tristeza y desesperación. Paulina, tratando de consolarla, le explica cómo es la vida dentro del Carmelo, y entonces Teresa también se siente llamada al Carmelo. Después escribió: "Sentí que el Carmelo era el desierto donde Dios quería que yo me fuera a ocultar... me sentía tan fuertemente llamada que no había ninguna duda en mi corazón, no era un sueño de la infancia que viaja lejos, sino la certeza de una llamada divina; yo quería ir al Carmelo no por Paulina, sino solamente por Jesús..."


Un domingo, Teresa logra ir al Carmelo de Lisieux y entrevistarse con la Madre Superiora, María de Gonzaga, quien le dijo, sin que Teresa hubiera mencionado sus deseos: "cuando vengas a vivir con nosotras, mi querida hija, os llamaréis Teresa del Niño Jesús", cosa que la Santa interpretó como "una delicadeza de mi amado Niño Jesús".​ Pero también le dijo que no podían aceptar aspirantes menores de 16 años.

El lunes 2 de octubre de 1882, Paulina entra en el Carmelo de Lisieux, donde tomó el nombre de “Sor Inés de Jesús”. Fue un día aún más triste para Teresa, quien había vuelto a la escuela por un año más, pues no podía saltarse un grado ya que estaba en tercero, donde se hace la preparación para la Primera Comunión. La enseñanza religiosa será una de las materias importantes, en la que sobresale Teresa. La perspectiva de la comunión, como se esperaba, es un rayo de sol.

En diciembre de 1882, la salud de Teresa empieza a empeorar de manera extraña: sufre continuamente de dolores de cabeza, dolores en el costado, come poco y duerme mal. Su carácter también cambia: a veces se enoja con María y pelea incluso con Celina, con quien siempre habían sido muy buenas amigas. En el locutorio del Carmelo, Paulina está preocupada por su hermana menor, a quien le ofrece asesoramiento y cariñosas reprimendas.

En ese mismo año el médico Alfonso H. Notta diagnosticó la enfermedad de Teresita como una reacción a una frustración emocional con un ataque neurótico, sin duda causado por la partida de su hermana Paulina al monasterio carmelita de Lisieux el 2 de octubre de ese mismo año. Durante las vacaciones de Semana Santa de 1883, Luis Martin organiza un viaje a París con María y Leonia. El tío Guérin acoge a Celina y Teresa en su hogar. El 25 de marzo en la tarde, mientras cenaban junto a Celina, Teresa se derrumba en lágrimas. La llevan a su cama; pasó una noche muy inquieta. Preocupado, su tío llamó al día siguiente a un médico, quien diagnóstico "una enfermedad muy grave que nunca atacaba a los niños." Dada la gravedad de su estado, envían un telegrama a Luis, quien regresa a toda prisa a Lisieux.

Varias veces al día, Teresa sufre de temblores nerviosos, alucinaciones y ataques de terror. Está pasando por una gran debilidad y, a pesar de que conserva toda su lucidez, no pueden dejarla sola. Sin embargo, la paciente repite que quiere asistir a la toma de hábito de Paulina, programada para el 6 de abril. La mañana del fatídico día, después de una fuerte crisis, Teresa se levanta, y curada en apariencia milagrosamente, va con su familia al Carmelo. Continúa transcurriendo todo el día, llena de alegría y entusiasmo. Pero al día siguiente tiene una recaída repentina: se llena de delirios que parecen privarla de la razón. El médico, muy preocupado, todavía no puede encontrar la cura de su enfermedad. Luis Martin temía que su "pobre niña" fuera a morir o a volverse un poco loca. Durante meses sufrió de dolores de cabeza y alucinaciones. Toda su familia estaba desesperada pensando que la muerte podría llegarle pronto. Su padre mandó incluso oficiar varias misas por su curación en el santuario de Nuestra Señora de las Victorias en París. 

El 13 de mayo de 1883, el día de Pentecostés, Luis Martin, Leonia, Celina y María, que permanecen junto a la cama de Teresa, se sienten impotentes para poder aliviarla, se arrodillan a los pies de la cama y se dirigen a una imagen de la Virgen. Más adelante, Teresa contaría: "Al no encontrar ayuda en la tierra, la pobre Teresa también se vuelca hacia su Madre del cielo, orando con todo su corazón para que finalmente tenga misericordia de ella...". En ese momento Teresa se siente abrumada por la belleza de la Virgen, y especialmente por su sonrisa: “La Santísima Virgen me ha sonreído. ¡Qué feliz soy!". En ese momento, la paciente se estabiliza delante de sus hermanas y su padre que están atónitos. Al día siguiente, todos los rastros de la enfermedad desaparecen, excepto dos pequeñas alertas en los siguientes meses. Teresa aún esta frágil, pero no va a sufrir en el futuro de ninguna nueva manifestación de estos trastornos.

En 1883, Teresa regresa al colegio y de inmediato se coloca a la cabeza en las clases de catecismo. Cada semana, Paulina escribe desde el Carmelo aconsejando a sus hermanas sacrificios y oraciones diarias para ofrecer a Jesús. Teresa toma estas listas en serio y se aplica a seguir cada una escrupulosamente. El 8 de mayo de 1884, Teresa hizo su Primera Comunión en la iglesia del colegio de las Benedictinas en Lisieux.

Durante la misa, Teresa llora profusamente de alegría y no de tristeza. Describiría a la perfección la intensidad de este primer encuentro místico: "¡Ah! Ese fue el primer beso de Jesús en mi alma … Fue un beso de amor, me sentí amada, y le dije también: "Te amo, me entrego a ti para siempre. No hubo demandas, no hay luchas, sacrificios; hace mucho tiempo, Jesús y Teresita se habían mirado pobres y se habían entendido.” La profundidad espiritual de este día no impide que sea una oportunidad para disfrutar de la celebración con la familia y de los muchos regalos que recibe.

En 1885, después de escuchar un sermón del Padre Domin sobre los pecados mortales y el juicio final, las "penas del alma", que habían atormentado a Teresa y que parecían haber desaparecido, despiertan bruscamente. La niña, tan frágil, volverá a caer en la "terrible enfermedad de los escrúpulos." Teresa se convence de su pecado y desarrolla un fuerte sentimiento de culpa por todo. "Las acciones y pensamientos más simples se convierten en motivo de trastorno. "No se atreve a contarle sus penas a Paulina, que parece tan lejana en su Carmelo. Por suerte tiene aún a María, su "última madre", a quien ahora le cuenta todo, incluyendo sus pensamientos más "extravagantes". Esta le ayuda a preparar sus confesiones dejando de lado todos los temores. Dócil, Teresa le obedece. Esto tiene como consecuencia que oculta su "fea enfermedad" a sus confesores, privándose así de sus consejos.

En octubre de ese mismo año, Teresa regresa a la escuela, pero tiene que seguir afrontando las ofensas de algunas de sus compañeras y esta vez sola, pues su hermana Celina ya se graduaría pronto. En octubre de 1886 su hermana mayor María también entra en el Carmelo de Lisieux, donde llegará a ser la hermana María del Sagrado Corazón, mientras Leonia entra como religiosa en el convento de las Benedictinas de Lisieux, de donde sale al cabo de poco tiempo. Sorprendido y entristecido, Luis Martin conserva con él en los Buissonnets a sus dos hijas más jóvenes. Después de la partida de María su "tercera madre", Teresa pasa por un período de depresión y llora con frecuencia.

                              

Sus ataques de escrúpulos alcanzaron su clímax y ella no sabe ya en quién confiar ahora que María ingresó en el Carmelo. La solución llegaría cuando empieza a rezar espontáneamente a sus cuatro hermanos que murieron siendo aun muy pequeños (María Helena, José Luis, José Juan Bautista y María Melania Teresa); Ella les habla con sencillez, para pedirles que intercedan por la paz para su alma. La respuesta fue inmediata y se siente definitivamente calmada, ella diría después: "me di cuenta de que si era amada en la tierra, también lo era en el cielo.”

Uno de los episodios más recordados en su vida fue el de la gran conversión de la Navidad de 1886. Al llegar de la misa de Nochebuena junto con su padre y su hermana Celina, como era costumbre, corría para ver los zapatos que ella dejaba allí para el Niño Jesús y descubrirlos llenos de juguetes. Su padre le dijo que subiese a cambiarse para cenar y algo cansado le dijo a Celina: "Afortunadamente este es el último año en que suceden estas cosas".

Ella explica el misterio de esta maravillosa conversión en sus escritos. Hablando de Jesús decía: "Esa noche fue cuando Él se hizo débil y sufriente por mi amor, y me hizo fuerte y valiente." Luego descubre la alegría de olvidarse de sí misma y añade: “Sentí, en una palabra, que la caridad entraba en mi corazón, la necesidad de que me olvide de buscar agradar, y desde entonces yo fui feliz." De repente, queda libre de los defectos e imperfecciones de su infancia, como su tremenda sensibilidad. Con esta gracia del Niño Jesús, que nacía esa noche, encontró "la fortaleza que había perdido" cuando su madre murió. Muchas cosas van a cambiar después de esta Nochebuena de 1886, que marca el comienzo de la tercera parte de su vida, "la más bella". A la que ella llama la "noche de mi conversión" y escribió: "Desde esa noche bendita, ya no fui derrotada en ningún combate, en lugar de eso fui de victoria en victoria y comencé, por así decirlo, una carrera de gigantes."


La Navidad de ese año, tuvo la experiencia que ella llamó su “conversión”. Dice ella, que apenas a una hora de nacido el Niño Jesús, inundó la oscuridad de su alma con ríos de luz. Decía que Dios se había hecho débil y pequeño por amor a ella para hacerla fuerte y valiente.  Al año siguiente, Teresita le pidió permiso a su padre para entrar al convento de las carmelitas y él dijo que sí. Las monjas del convento y el obispo de Bayeux opinaron que era muy joven y que debía esperar.


Poco después de la “gran gracia de la Navidad”, oyó hablar de un hombre que había asesinado a tres mujeres en París, cuyo nombre era Enrique Pranzini. Teresa decidió adoptarlo como su primer hijo espiritual y ofreció sacrificios y varias misas, que mandó hacer con ayuda de su hermana Celina, para alcanzar de Dios la conversión de este pecador antes de su ejecución, o por lo menos algún signo de arrepentimiento. 

Pranzini había sido sentenciado a muerte y fue ejecutado el 31 de agosto de 1887, pero unos días después llegó a su casa el periódico católico La Croix (en español 'La Cruz') informando de que, aunque Pranzini no quiso confesarse, antes de subir a la guillotina pidió un crucifijo para luego besarlo repetidas veces. Así, ella sintió que sus sacrificios y plegarias habían sido escuchados.

La respuesta misericordiosa de Dios a sus oraciones por la conversión de Pranzini marca profundamente a Teresa y refuerza su vocación, también se vería más adelante que esto influiría bastante en su doctrina respecto de la misericordia divina que tanto la caracteriza. Y se decide completamente a convertirse en monja del Carmelo, para orar por todos los pecadores. Cuando contaba 14 años ya había tomado la resolución de convertirse en religiosa carmelita, sabe que tendrá que superar muchos obstáculos y pensando quizá en Juana de Arco, se dice a sí misma que "conquistar la fortaleza del Carmelo es solo la punta de la espada."

Se decide a obtener primero el consentimiento de su familia, incluyendo a su padre. Determinada, pero tímida, se decide a comentarle a su padre al respecto. Durante un momento duda entregándole su secreto, sobre todo porque Luis Martin sufrió un par de semanas antes un pequeño ataque que lo dejó paralizado durante varias horas. El 2 de junio de 1887, el día de Pentecostés, después de orar todo el día, le presenta su solicitud en la noche, en el jardín de los Buissonnets. Luis, que según Teresa parecía tener una “expresión celestial y llena de paz” recibe la confesión de su hija con un profundo sentimiento de alegría y agradecimiento. Añade que Dios le hizo "el gran honor de llamar a todas sus hijas."

Pero el mayor obstáculo será el tío Isidoro Guerin, tutor de las niñas Martín, ya que vetará el proyecto de su sobrina. Aunque él no pone en duda la vocación religiosa de Teresa, le pidió que esperara a la edad de 17 años. La niña confía en que Paulina podrá ayudarla a obtener el permiso de su tío. Finalmente acepta el 22 de octubre de ese año. Aun así siguió teniendo muchos inconvenientes para su entrada al convento, ya que ahora se enfrentaría a la negativa del Padre Delatroëtte, superior del Carmelo de Lisieux. Dolida por el fracaso de un caso similar al de ella, del que todo el mundo habla en Lisieux, acerca de que ya no aceptarán postulantes menores de 21 años. Solo el obispo podía autorizar tal cosa. Para consolar a su hija que llora constantemente, Luis le promete un encuentro con el obispo Monseñor Hugonin. Él la recibe en Bayeux el 31 de octubre de ese año, y la escucha expresar el deseo de consagrarse a Dios dentro de los muros del Carmelo, y de que lo conserva desde muy niña. Pero el obispo decide aplazar su decisión hasta después, cuando él haya tomado el consejo del Padre Delatroëtte. 

Solo les queda una esperanza: hablar directamente con el Papa. Luis Martin pronto comenzaría a preparar todo para una peregrinación a Roma, por el Jubileo sacerdotal del Papa León XIII, organizada por las diócesis de Coutances y Bayeux. Teresa y Celina viajarán con él. La partida está fijada para el 4 de noviembre de 1887. Liderada por el obispo de Coutances, la peregrinación reunió a cerca de 200 peregrinos, entre ellos 75 sacerdotes. El viaje comenzó en París, Luis Martin tuvo la oportunidad de visitar la capital con sus hijas.

 Fue durante una misa en Nuestra Señora de las Victorias (actualmente basílica menor), que Teresa logró derribar todas las dudas acerca de que si la Virgen le habría sonreído verdaderamente en su enfermedad de 1883 o no. Durante los últimos años había sufrido mucho al respecto, por su problema con los escrúpulos. Pero ahora lo tenía por verdad absoluta. Allí ella le confía el viaje y su vocación.

Es durante este viaje que Teresa, que hasta el momento no había tenido un contacto cercano con muchos sacerdotes, que se da cuenta de las imperfecciones, debilidades y grandes defectos que tienen muchos de los sacerdotes que viajaban con ella. Todo esto la invitó con más fuerza a ofrecer su vida en el monasterio, orando cada día por los sacerdotes del mundo. Ella dice: “En esta peregrinación comprendí que mi vocación era orar y sacrificarme por la santificación de los sacerdotes”.

Durante la peregrinación logran visitar Milán, Venecia, Bolonia, el Santuario de Nuestra Señora de Loreto. Finalmente, llegan a Roma. En el Coliseo, Teresa y Celina hacen caso omiso de las prohibiciones y entran en el, para besar la arena donde la sangre de los mártires fue derramada. En ese lugar pide la gracia de ser martirizada por Jesús, y luego añadió: "Sentí profundamente en el alma que mi oración fue contestada”.

Pero Teresa no olvida el propósito de su viaje. Una carta de su hermana Paulina la animó a presentar su petición personalmente al Papa. El 20 de noviembre de 1887, por la mañana, los peregrinos asisten en la capilla papal a una misa celebrada por el Papa León XIII


Luego viene el momento tan esperado de la audiencia: el Vicario General asigna los turnos para ver al Papa. Pero se prohíbe que se le dirija la palabra al Santo Padre pues sus 77 años ya no le permiten desgastarse durante mucho tiempo. Aun así, cuando le llega el turno a Teresa, previamente Celina como cómplice la había animado a que hablara, se arrodilla y sollozando dice: "Santísimo Padre, tengo que pedirle una gracia muy grande". 

El vicario le dice que se trata de una chica que quiere entrar en el Carmelo. "Hija Mía, haced lo que los superiores le digan" respondió el Papa. La chica insiste: "Oh Santo Padre, si usted dice que sí, todo el mundo lo aprobaría". León XIII replicó: "Vamos a ver..... ¡Entrará si Dios lo quiere!". Pero Teresa quiere una palabra decisiva y espera, con las manos cruzadas sobre las rodillas del Papa. Dos guardias deben luego levantarla suavemente y llevarla a la salida.

Esa misma noche ella escribió sobre el fracaso a Paulina para decirle: "Tengo el corazón pesado. Sin embargo, Dios no puede darme alguna prueba que esté más allá de mis fuerzas. Él me dio el valor para soportar esta dura prueba”. Pronto, toda la peregrinación conoce el secreto de Teresa, incluso en Lisieux un periodista del diario El Universo publicó el incidente.  El viaje continúa, visitan Pompeya, Nápoles, Asís; entonces es hora de volver por Pisa y Génova. En Niza, aparece un rayo de esperanza para Teresa. El vicario hace algunas promesas diciéndole que apoyaría su solicitud. El 2 de diciembre, llegan a París, y, finalmente, al día siguiente, regresan a Lisieux. Así terminó una peregrinación de casi un mes que para Teresa fue un "fiasco”.

Inmediatamente después de regresar, Teresa fue al locutorio del Carmelo, donde se está desarrollando una estrategia. Pero el Padre Delatroëtte se mantiene desafiante y desconfía de sus intenciones para ingresar. Él regaña a la superiora, Madre Genoveva, la fundadora del Carmelo de Lisieux, y la Madre María de Gonzaga que llegaron a defender la causa de Teresa. El tío Guérin interviene a su vez, pero todo es en vano. El 14 de diciembre, Teresa escribió al obispo Hugonin y a su Vicario General, a quien recuerda la promesa hecha en Niza. Humanamente, todo ha sido juzgado, ahora debe esperar y orar. En la víspera de Navidad, aniversario de su conversión, Teresa asistió a la misa de medianoche. Ella no puede contener las lágrimas, pero siente que la prueba hace crecer su fe y abandono a la voluntad de Dios: que era un error tratar de imponer una fecha para su ingreso al Carmelo. Finalmente, el 1 de enero de 1888, la víspera de su décimo quinto cumpleaños, recibe una carta de la Madre María de Gonzaga informándole que el Obispo ha cambiado de opinión y que permite que las puertas del convento se abran para ella. Por un consejo de Paulina se decide que se retrase su ingreso hasta abril, después de los rigores de la Cuaresma. Esta expectativa es una nueva prueba para la futura postulante, que sin embargo ve una oportunidad para prepararse en su intimidad.

La fecha de entrada se establece finalmente para el 9 de abril de 1888, el día de la Anunciación. Teresa ingresa con 15. Cabe señalar que, en aquel tiempo, una chica podría hacer su profesión religiosa a los 18 años. No era raro ver, en las órdenes religiosas, postulantes y novicias de tan sólo 16 años. La precocidad de Teresa, dadas las costumbres de la época, no es excepcional.

El 9 de abril de 1888 fue recibida en el Monasterio de las Carmelitas Descalzas de Lisieux. En el monasterio ya estaban sus hermanas, Paulina y María. Comenzó así su postulantado.

Los primeros meses dentro del monasterio fueron duros, llenos de trabajos que nunca había realizado y que le costaba bastante hacer a la perfección. Ella les prohíbe a sus hermanas que le faciliten los trabajos o la ayuden de alguna manera, pues insistían en cuidarla como si estuviera en los Buissonnets. Pero aun así, la joven postulante se adapta bien a su nuevo entorno. Teresa escribió: "El Buen Dios me dio la gracia de no tener ninguna ilusión al entrar en el Carmelo: He encontrado la vida religiosa como me imaginé que sería. Ningún sacrificio me asombró”.

El Carmelo de Lisieux era en conjunto, por aquellos años, mediocre nada más. No relajado, pero tampoco modélicamente fervoroso. Vive aún una de las fundadoras, la Madre Genoveva de Santa Teresa, alma santa, pero ya retirada. Es Priora la Madre María de Gonzaga, mujer corriente y vulgar, susceptible, envidiosa, autoritaria, cambiable. Todo ello en un tono como suele darse con frecuencia en muchas mujeres, al mismo tiempo, virtuosas. A Teresita la trató con cierta severidad. E hizo bien. Para que así no resultase la niña bonita de la comunidad. En los últimos años de la Santa supo estimarla y hasta ponía en ella confianza, lo cual no ha de admirarnos, dada la delicadísima caridad de la hermanita. 

Durante su postulado, Teresa también debe someterse a algunas intimidaciones por parte de otras hermanas, a causa de su falta de aptitud para la artesanía. Al igual que cualquier religiosa, descubre los desafíos de la vida en comunidad, relacionados con diferencias en el temperamento, el carácter, la susceptibilidad a los problemas o discapacidades. A Teresita la envolvió un poco, sin ser personalmente contra ella, la animosidad que un grupo de religiosas (las de la Madre Gonzaga) abrigaba contra las hermanas Martin, que por sus cualidades estupendas empezaron a pesar en la vida de la comunidad.

Teresa había sido la hija preferida de su padre; era tan alegre, atractiva y amable, que los dos sufrieron intensamente cuando llegó el momento de la separación. Pero no le cabía la menor duda de que ésa era su vocación y desde el principio se determinó a ser santa. Aunque la salud de Teresita era muy delicada, no deseó ninguna dispensa de la austera regla y no le fue dada ninguna. 

Sufría intensamente por el frío y por el cansancio de cumplir con algunas de las penitencias físicas y exteriores que la regla acostumbraba. "Soy un alma muy pequeña, que sólo puede ofrecer cosas muy pequeñas a Nuestro Señor," dijo en una ocasión, "pero quiero buscar un camino nuevo hacia el cielo, muy corto, muy recto, un pequeño sendero. Estamos en la era de los inventos. Me gustaría encontrar un elevador para ascender hasta Jesús, pues soy demasiado pequeña para subir los empinados escalones de la perfección". "La Florecita", como muchos la llaman, encontró su elevador, que la llevó velozmente por entre períodos oscuros de sufrimiento espiritual, por entre largas noches de dolor corporal, hacia arriba, siempre arriba, hasta que al fin estuvo segura en brazos de su amado Jesús.

A finales de octubre de 1888, el Capítulo Provincial aprobó su toma de hábito. Aunque recibió la noticia con alegría, fue opacada un poco con la noticia de la recaída de salud de su padre, que solo unos meses antes se había escapado de casa, sin sentido de razón, hasta encontrarlo en la ciudad cercana de El Havre, preocupando así a toda la familia, tanto fuera como dentro del monasterio. Finalmente, el 10 de enero de 1889, tomó los hábitos de la Orden en la capilla del monasterio en presencia de su padre, hermanas y el resto de la familia. En la misma ceremonia, además de recibir el velo de novicia, también cambió su nombre al de Teresa del Niño Jesús y la Santa Faz (sagrado rostro).

En este período, se profundiza el sentido de su vocación: llevar una vida oculta, orar y ofrecer sus sufrimientos por los sacerdotes, olvidando su orgullo, se multiplican los actos discretos de caridad. Quiere convertirse en una gran santa pero no se hace ilusiones sobre sí misma. Escribió: "me apliqué en especial en practicar las pequeñas virtudes, ya que no tengo la facilidad de practicar las grandes".

En el transcurso de 1890, leyó las obras de San Juan de la Cruz, al que convirtió en su maestro espiritual. La contemplación de la Santa Faz nutre su vida interior. Profundiza su conocimiento y amor por Cristo meditando en su humillación con el pasaje del Libro de Isaías sobre el siervo sufriente (Isaías 53: 1-2). Esta meditación también la ayuda a comprender la situación humillante de su padre por la degeneración que le ha causado una terrible arterioesclerosis en el cerebro. Ella siempre lo había visto como una figura de su "Padre Celestial". Ahora encuentra señas de Luis Martin a través de Cristo, humillado e irreconocible.

El 8 de septiembre de 1890, a los 17 años y medio, hizo su profesión religiosa. La joven carmelita recuerda por qué responde a esta vocación: "Yo he venido para salvar almas y, especialmente, para orar por los sacerdotes”. El 24 de septiembre de 1890 se celebró la ceremonia, pública, donde toma el velo negro de profesa. Su padre no puede asistir, lo que entristece enormemente a Teresa. Es, sin embargo, la Madre María de Gonzaga, quien manifiesta que esta niña tiene 17 y la razón de alguien de treinta años, la perfección religiosa de una vieja novicia, que se consume en el alma y la posesión de sí misma, es una perfecta religiosa.

El 12 de mayo de 1892, se encontró por última vez con su padre. El 24 de junio de ese mismo año su hermana Leonia ingresó por segunda vez, en esta ocasión en el monasterio de la Visitación de Caen. Luis Martin murió el 29 de julio de 1894, después de ser custodiado y cuidado por Celina, su cuarta hija. También ella piensa, desde hace varios años, en entrar en el Carmelo. Con el apoyo de las cartas de Teresa, sostuvo el deseo de consagrarse a Dios en lugar de acceder al matrimonio. Celina aun así vacila entre la vida carmelita y una vida más activa, cuando se le propuso embarcarse en una misión encabezada por el Padre Pichon en Canadá. Finalmente, siguiendo el consejo de sus hermanas, eligió el Carmelo. Ingresó el 14 de septiembre de 1894. En agosto de 1895, cuatro hermanas Martin se encuentran en el mismo. También se unirá a ellas su prima María Guerin, compañera de juegos de la infancia de Teresa.

Los años que siguen son los de la maduración de su vocación. Teresa ora, sin grandes emociones sensibles, pero con fidelidad. Evita la intromisión en los debates que a veces perturban la comunidad. Multiplica los pequeños actos de caridad y preocupación por los demás, prestando servicios pequeños, sin hacerlos notar. Ella acepta en silencio las críticas, incluso de aquellas que pueden ser injustas y favorecer a las hermanas que son desagradables con ella. Trata de hacer todo, incluso las más pequeñas cosas con amor y la sencillez. Siempre reza mucho por los sacerdotes.

Durante 1891-1892, en el invierno, una epidemia de gripe cae en Francia. El Carmelo de Lisieux no es la excepción. Cuatro monjas mueren a causa de esta enfermedad. Y todas las hermanas se enferman, excepto tres de ellas, incluyendo a Teresa. Entonces procura darse de todo a sus hermanas postradas en cama. Les brinda atención, participa en la organización de la vida diaria del Carmelo, demostrando coraje y fortaleza en la adversidad, sobre todo cuando tiene que preparar el entierro de monjas fallecidas. La comunidad, que a veces la consideraba de poco valor e indiferente ahora la ha descubierto bajo una luz diferente.

                                           

Su vida espiritual se alimenta sobre todo de los Evangelios, que siempre lleva con ella. Esa costumbre no era común en la época, ni siquiera entre las religiosas de clausura. Ellas prefieren leer los comentarios de la Biblia que referirse directamente a ésta. Teresa prefiere mirar directamente "la palabra de Jesús," que la ilumina en sus oraciones y en su vida diaria, además de ser la base desde la que consolida su doctrina.

Su hermana Paulina (Inés de Jesús) es elegida Priora del monasterio de Lisieux el 20 de febrero de 1893 y ella designa a Teresa el difícil cargo de ser vice maestra de novicias, tratando de imprimir con gran dedicación la regla carmelitana a sus pupilas, para esto se ayudaba contando historias y hasta inventado parábolas. Fueron ellas las primeras en conocer su doctrina sobre “el caminito”. Entre las novicias a las que enseñaba, sor María de la Trinidad se convertiría en su primera discípula.

En 1894, Teresa escribió sus primeras recreaciones piadosas. Estas son pequeñas obras de teatro, interpretada por algunas religiosas de la comunidad, con motivo de alguna festividad. Su primera recreación se la dedica a Juana de Arco, que siempre había admirado, y cuya causa de beatificación ya se ha introducido. Su talento para la escritura se le es reconocido. Otros escritos le serán asignados, un segundo sobre Juana de Arco, que se llevó a cabo en enero de 1895, además de unos poemas espirituales, a petición de otras religiosas.

A principios de este año, comenzó a sentir dolor de garganta y dolor en el pecho. Desafortunadamente, la Madre Inés no se atreve a llamar a un médico que no sea el médico oficial de la comunidad.

En 1894 se celebró el centenario del martirio de las Carmelitas de Compiègne. Este evento tiene una gran repercusión en toda Francia, y más aún en los monasterios carmelitas. Las monjas del Carmelo de Compiègne piden a sus hermanas de Lisieux contribuir a la decoración de su capilla. Teresa del Niño Jesús y Teresa de San Agustín bordan banderas para ser regaladas a este otro Carmelo. Sor Teresa de San Agustín, al testificar en el proceso de la beatificación de Teresita, resalta el celo y la dedicación que se dio en esta ocasión. Dijo incluso que Santa Teresa decía: "¡Qué felicidad si tuviéramos la misma suerte (del martirio)! Qué gracia”.


El 9 de junio de 1895, en la fiesta de la Santísima Trinidad, Teresa tiene una inspiración repentina sobre ofrecerse a sí misma como víctima de holocausto al "amor misericordioso." Su intención era la de sufrir, a la imagen de Cristo y en unión con él, para reparar las ofensas contra Dios y ofrecer las penitencias que no hacían los pecadores. Unos días más tarde, cuando rezaba el viacrucis, ella es inflamada con un intenso amor por el buen Dios: “Yo estaba quemándome de amor y sentí en un minuto, ni un segundo más, que no podría aguantar más esto sin morir". Ella reconoce en esta experiencia, que es seguida rápidamente por la sensación de sequía espiritual, la confirmación de que su acto de ofrecimiento era aceptado por Dios.

En octubre de 1895, un joven seminarista, el Padre Maurice Bellière pide al Carmelo de Lisieux la ayuda de una religiosa a través de la oración y el sacrificio, para su vocación misionera. La Madre Inés se lo encarga a Teresa, que siempre ha soñado con tener un hermano sacerdote y lo recibe con gran alegría. Entonces comienza a multiplicar los pequeños sacrificios que ofrece para la misión del futuro sacerdote, y lo alienta en sus cartas. Y en febrero de 1896 le llega otra alegría con la profesión religiosa de su hermana Celina (Sor Genoveva, en el Carmelo).

 Antes de morir, terminó su autobiografía: “La Historia de un Alma”, escrita a petición de su Superiora. Ha sido traducida a muchos diferentes idiomas, y está llena de belleza, sabiduría y valor, y por ella podemos saber algo de la santidad de Teresita, pues explica cómo hizo de sí misma un juguete de Cristo. Hiciera lo que hiciera, estaba segura de su amor. El Cardenal Leger de Canadá decía: "Recién ordenado sacerdote era yo débil de salud del cuerpo y de salud del alma, ella me obtuvo una rebosante salud corporal y entusiasmo por mi sacerdocio, y perseverancia". No sobra decir que el fervoroso Cardenal Leger terminó dejando las comodidades de su cardenalato en Quebec, para irse al África a cuidar leprosos y murió como un santo.



Los sacrificios de Teresita. Ella misma narra varios: "Una religiosa que estaba a mi lado me fastidiaba moviendo su enorme rosario durante la oración. Y jamás le advertí esta molestia que me proporcionaba, sino que más bien ofrecí este sufrimiento a Dios como una música que acompañara mi oración". "En el lavadero mi compañera de trabajo sacudía la ropa con tal fuerza que me salpicaba de jabón todo el cuerpo. Esto me hacía sufrir, pero jamás le dije nada al respecto, y así ofrecía este pequeño sacrificio por los pecadores”. "Una hermana anciana era muy neurótica, y estaba paralizada. Me mandaron a atenderla, y lo primero que gritó al verme fue: "¿Para qué me mandan niñas, si yo no soy niñera de nadie?". Yo sentía fastidio por ella pero me propuse dominarme y demostrarle todo el afecto de hija cariñosa, y hasta le partía el pan y lo colocaba en sus labios. Hasta el punto que ella un día le preguntó a la Madre Superiora si yo no le tendría un afecto desordenado y exagerado (siendo que lo que sentía por ella en mi interior era un verdadero fastidio). Tanto fue su agradecimiento que en su última enfermedad pidió como gracia especial que estuviera yo junto a su lecho en el momento de morir".   

Alguien le pregunta ¿Por qué Nuestro Señor le ayuda tanto, mucho más que a otras personas? Y ella responde: "No sé. Debe ser porque me considero siempre muy pequeña y muy necesitada. Yo estoy siempre ante Dios como quien no vale nada de por sí y todo lo necesita obtener de la ayuda divina". Es que la frase del evangelio que más la había impresionado era aquella de Jesús: "Quien desee ser el primero en el Reino de los Cielos, que se haga como un niño. Quien no se hace como un niño no entrará en el Reino de los cielos" (San Mateo 19,14).

A otra persona que le preguntaba ¿Cuál era la razón por la cual sus consejos tenían tanta eficacia en las personas que los escuchaban?, le contó su secreto: "Yo nunca aconsejo nada a nadie sin haberme encomendado a la Virgen Santísima. Ella es la que hace que las palabras que digo tengan eficacia en los que las escuchan".

En enero de 1897, cuando Teresa acababa de cumplir 24 años, escribe: "Yo creo que mi carrera no durará mucho tiempo". Sin embargo, a pesar del empeoramiento de la enfermedad durante el invierno, se las arregla para engañar a las Carmelitas y tomar su lugar de nuevo en la comunidad. En la primavera los vómitos, dolor severo en el pecho, y el toser sangre se convierten en algo diario y así, muy lentamente, se va apagando.

En junio, la Madre María de Gonzaga le pide continuar escribiendo sus memorias (que le habían sido mandadas escribir en 1894 por su hermana Paulina cuando era priora a petición de varias de las hermanas de la comunidad. Después de su muerte estos manuscritos, tres en total, se unirían para publicar la primera edición de la "Historia de un alma"). Ahora los escribiría en el jardín, en una silla de ruedas especial utilizada por su padre en los últimos años de su enfermedad, y luego trasladada al Carmelo. Su condición empeora, el 8 de julio de 1897 es llevada a la enfermería, donde permaneció durante doce semanas hasta su muerte.

Aun cuando ya sabía que esta era su última enfermedad, y todavía estando viviendo esa noche de la fe, ya nada la priva de una certeza interior sobre la vida después de la muerte, Teresa se aferra a esta esperanza. El 17 de julio, se le escucha decir: "Siento que pronto va a empezar mi misión de hacer amar a Dios como yo le amo, y de enseñar a muchos el camino espiritual de la sencillez y de la infancia espiritual. El deseo que le he expresado al buen Dios es el de pasar mi cielo haciendo el bien en la tierra, hasta el fin del mundo. Sí, quiero pasar mi cielo haciendo el bien sobre la tierra".

El 17 de agosto, el Dr. La Neele examina a Teresa. El diagnóstico es claro: se trata de una tuberculosis pulmonar en su etapa más avanzada, uno de sus pulmones ya está perdido y el otro en parte, incluso llega a afectar a los intestinos. Su sufrimiento es extremo que "alcanza a perder la razón". Unos meses antes de su muerte; Teresa toma un poco de fuerza, y se encuentra incluso con algo de humor en medio de su lecho de enfermedad. Sus hermanas deberán registrar sus palabras (estas últimas palabras y conversaciones, anotadas desde mayo a septiembre de 1897, luego también serían publicadas bajo el título de últimas conversaciones). Le preguntan cómo deberían llamarla cuando la invoquen en la oración; ella responde que quiere ser llamada "Teresita".

El 29 de septiembre de 1897 comienza su agonía. Pasa una noche difícil, mientras sus hermanas la cuidaban. Por la mañana, dijo: "Todo es pura agonía sin mezcla de consuelo". Ella pide estar espiritualmente preparada para morir. La Madre María de Gonzaga la tranquiliza diciendo que siempre ha practicado la humildad, y su preparación ya está hecha. Teresa pensó por un momento y luego respondió: "Sí, creo que siempre he buscado la verdad; sí, entendí la humildad de corazón...". Su respiración se está haciendo más corta y se ahoga. Después de dos días de agonía, se siente agotada por el dolor: "¡Nunca pensé que fuera posible sufrir tanto! ¡Nunca! ¡Nunca! No lo puedo explicar sino por el anhelo que tengo de salvar almas"

Sobre las 7:20 de la noche del 30 de septiembre de 1897, y mientras apretaba fuertemente un crucifijo entre sus manos, dijo sus últimas palabras: "¡Oh!, ¡le amo!... Dios mío... te amo...". Inmediatamente cae levemente sobre su almohada, y luego vuelve a abrir sus ojos por última vez. De acuerdo con las Carmelitas que estuvieron allí presentes, entró en un éxtasis que duró el espacio de un Credo, antes de exhalar su último aliento. Permaneció con los ojos fijos cerca de la imagen de la Virgen María que le había sonreído de pequeña y que sus hermanas habían instalado en la enfermería desde que fue trasladada allí. Al instante de fallecer su rostro recuperó el suave color que le era natural. "Yo no muero, yo entro en la Vida", escribió en una de sus últimas cartas.

Inmediatamente la noticia fue llevada por Sor Inés de Jesús (Paulina) a su hermana Leonia, que en una tercera y definitiva ocasión persevera en su vocación religiosa en el convento de La Visitación de Caen, y demás familiares que desde hace varios días se mantenían pendientes de la enfermedad y agonía de Teresa. Su cuerpo fue inmediatamente trasladado al coro del monasterio donde fue velado durante cuatro días. 

A sus funerales asistieron más personas que a los de cualquier otra carmelita fallecida antes de ella en ese mismo monasterio. Muchas personas pedían que las demás religiosas frotaran sus rosarios y objetos de devoción en el ataúd de la hermana recién fallecida. Fue sepultada el 4 de octubre de 1897 y, según los testigos, su cuerpo aún se encontraba rosado y flexible, como si acabase de morir. Fue la primera en ocupar el nuevo espacio que el monasterio había comprado en el cementerio de Lisieux. Las carmelitas, obedeciendo su voto de clausura, no pueden acompañar el desfile fúnebre hasta el cementerio, solo hacen una pequeña procesión hasta el coche fúnebre.

Poco después de la publicación de sus manuscritos autobiográficos en 1898, se desata en todas partes un “Huracán de Gloria” y cientos de peregrinos de toda Francia y de algunos otros países empiezan a llegar a Lisieux para orar sobre la tumba de la pequeña carmelita.

 La devoción a Teresita crece rápidamente y es acompañada por testimonios de curaciones físicas y conversiones. Pero es especialmente durante el periodo de la Primera Guerra Mundial cuando cientos de soldados franceses llevan estampas y medallas de la carmelita y cargan en sus bolsillos una versión más corta de su autobiografía llamada “una rosa deshojada”. Después de la guerra peregrinan a Lisieux para agradecer a Teresa el haberlos ayudado y regresado con vida a casa. Muchos dejan sus condecoraciones y medallas militares como acción de gracias. Los testimonios enviados al Carmelo de Lisieux entre 1914 y 1918 son de casi 592 páginas. En 1914, el Carmelo de Lisieux recibe en promedio quinientas cartas al día.

Pronto es necesario colocar rejas de hierro que protejan la tumba de los peregrinos que desean llevarse flores o tierra de su sepultura. El Papa San Pío X responde al clamor de miles de fieles que le piden se abra lo más pronto posible el proceso de beatificación y canonización de Sor Teresa del Niño Jesús. El 14 de junio de 1914 es introducida oficialmente su causa.

El proceso apostólico, por mandato de la Santa Sede, comienza en Bayeux en 1915. Pero es retrasado por la guerra, que termina en 1917. En ese tiempo se necesitaba un período de cincuenta años después de la muerte de un candidato a la canonización, pero el Papa Benedicto XV exime a Teresa de ese período. El 14 de agosto de 1921, se promulgó el decreto sobre sus virtudes heroicas.

Son requeridos dos milagros para la beatificación. El primero se da en un joven seminarista, de nombre Charles Anne, en 1906. Charles sufría de tuberculosis pulmonar y su estado era considerado desesperanzador por su médico. Después de dos novenas dirigidas a Sor Teresa del Niño Jesús, recupera pronto la salud. Un estudio radiográfico en 1921 muestra la estabilidad de la curación y que había desaparecido el agujero en el pulmón. El segundo milagro aparece en una religiosa, Luisa de San Germán, que sufría de una afección del estómago, ya muy avanzada para una cirugía. Pide a Sor Teresa durante dos novenas, después su condición mejora. Dos médicos confirman la curación. Presentadas y aceptadas estas curaciones milagrosas, Teresa es beatificada el 29 de abril de 1923 por el Papa Pío XI.

Luego de su beatificación aparecen cientos de testimonios sobre prodigios y milagros, dos de estos son presentados ante la Santa Sede para alcanzar su canonización, el primero es el caso de una joven belga, María Pellemans, con una tuberculosis pulmonar e intestinal avanzada y milagrosamente sanada en la tumba de Teresa. El otro caso es el de una italiana, la hermana Gabrielle Trimusi, que sufría de una artritis de la rodilla y tuberculosis en las vértebras que la llevaron a usar un corsé; se libera de forma repentina de sus enfermedades y deja el corsé después de un triduo celebrado en honor de la Beata Teresa. El decreto de aprobación de los milagros es publicado en marzo de 1925.


En la Ciudad del Vaticano, el Papa Pío XI manda celebrar por todo lo alto la canonización de Teresa y pide que toda la fachada de la Basílica de San Pedro sea decorada con miles de velas de sebo que la iluminaran en la noche. Esta era una costumbre que no se hacía desde hace 55 años. En América, el diario norteamericano The New York Times publica en primera plana “Toda Roma admira la Basílica de San Pedro iluminada por una nueva santa”. Otro periódico aseguró que la ceremonia contaría con alrededor de 60.000 fieles. Una multitud que no se veía desde hace 22 años durante la coronación del Papa Pío X.

Teresa del Niño Jesús es canonizada el 17 de mayo de 1925 por el mismo Pontífice. A la ceremonia asistieron medio millón de personas, de entre las cuales se ha llegado a decir que estuvo San Pío de Pietrelcina gracias a su don de Bilocación. El Papa Pío XI la llama la "estrella de su pontificado". Durante la canonización, Pío XI afirma acerca de Teresa de Lisieux: "El Espíritu de la verdad le abrió y manifestó las verdades que suele ocultar a los sabios e inteligentes y revelar a los pequeños, pues ella, como atestigua nuestro inmediato predecesor, destacó tanto en la ciencia de las cosas sobrenaturales, que señaló a los demás el camino cierto de la salvación."

En 1927, es proclamada patrona de las misiones pese a no haber abandonado nunca el convento, pero siempre rezaba por los misioneros y siempre fue su deseo ardiente el serlo hasta en los últimos confines de la tierra. Y, en 1944, es proclamada copatrona de Francia junto a Santa Juana de Arco.

Es importante mencionar la gran devoción que manifestó el Papa Pío XI a Santa Teresita. La consideraba como "la estrella de su pontificado", incluso inauguró una estatua suya en los jardines vaticanos el 17 de mayo de 1927.

Edificada en su honor, la Basílica de Santa Teresa, en Lisieux, es uno de los edificios religiosos más grandes de Francia y el segundo lugar de peregrinación más importante del país, después del Santuario de Lourdes. Su construcción fue iniciada en 1929, bendecida por el Cardenal Eugenio Pacelli, futuro Pio XII, el 11 de julio de 1937 y consagrada en 1954.

                                      Basílica de Santa Teresa, en Lisieux (Francia)

El 19 de octubre de 1997, durante las celebraciones del primer centenario de su muerte, el Papa San Juan Pablo II la proclamó Doctora de la Iglesia Universal, siendo la tercera mujer en recibir ese título (anteriormente, habían sido declaradas doctoras Santa Teresa de Jesús, también carmelita, y Santa Catalina de Siena). La siguió Santa Hildegarda de Bingen en 2012.

En 1997, en la plaza San Pedro de Roma, el Papa Juan Pablo II la proclamó "Doctora de la Iglesia". Un título reservado a quienes han particularmente bien comprendido y valorado el mensaje del Evangelio. Es la más joven de los 33 "Doctores". El Papa Pío X dijo de Teresa que ella es "la santa más grande de los tiempos modernos". En 1896, descubrió el sentido profundo de su vocación: "En el corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré el Amor" y se ofreció cada vez mas para sostener el esfuerzo de los misioneros.

Teresa nos dice, en su obra "Historia de un Alma" que el éxito de una vida no consiste en la importancia, ni en el éxito de las obras que habremos realizado sino en el valor del amor con el que nos habremos entregado a todas esas actividades. A los ojos del mundo la pequeña carmelita de Lisieux no hizo gran cosa en el interior de los muros de su pequeño monasterio de provincia. Sin embargo ella puso mucho amor en hacer los servicios que se le pedían: barrer las celdas, confección de imágenes, composición de poemas, redacción de sus recuerdos de infancia.


El cuerpo de Teresa fue exhumado en el cementerio de Lisieux el 6 de septiembre de 1910, en presencia del obispo y de algunos centenares de personas. Los restos fueron depositados en un féretro de plomo y llevados a otra tumba. Una segunda exhumación tuvo lugar los días 6-10 de agosto de 1917. El 26 de marzo de 1923 se realizó la traslación solemne del féretro desde el cementerio a la capilla del Carmelo. La beatificación de Teresa tendría lugar en Roma el 29 de abril de 1923. El 17 de mayo de 1925, también en Roma ,fue la canonización. En Lisieux, el 30 de septiembre de 1925, el delegado del Papa Cardenal Vico, se arrodilló ante la urna entreabierta donde reposa el cuerpo de Teresa, para depositar una rosa de oro en la mano de la estatua yacente realizada en 1920 por el monje Marie-Bernard, de la Trapa de Soligny.

                                                         Reliquias de la Santa


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