Beato Claudio Granzotto

 

                                                                Franciscano. 1947.

Religioso profeso de la Orden Franciscana, de quien cabe destacar la exquisita bondad y la fina sensibilidad para el arte, en especial la escultura. Dócil a la acción del Espíritu, se convirtió, de joven obrero, en modelo para los religiosos en su entrega total al amor del Señor; para los artistas, en su búsqueda de la belleza de Dios; y para los enfermos, en su adhesión amorosa al Crucificado. 

Claudio nació en 1900 en Italia. Su familia era económicamente modesta, pero muy cristiana. La naturaleza le dotó de una voluntad tenaz y de una exquisita bondad, que lo hacía amable a todos. El duro trabajo en el campo y, posteriormente, los oficios de carpintero y de albañil templaron su carácter y le formaron en el sacrificio y la generosidad. 

A los 15 años sintió repentinamente la pasión por el arte, especialmente por la escultura, la cual se convirtió muy pronto en el mayor sueño de su vida. En 1918 se vio forzado a partir al frente militar durante un período de 4 años transcurridos en Roma, Forlí, Nápoles, Sant'Arcangelo di Romagna y Albania.

A la edad de 22 años, gracias a la ayuda de su párroco Monseñor Morando, ingresó, con grandes sacrificios y admirable constancia, en la Academia de Bellas Artes de Venecia, donde, a los 29 años, obtuvo con la máxima nota el diploma de profesor de escultura.

En 1933 ingresó en la Orden de los Frailes Menores, en San Francisco del Desierto, en la laguna véneta. Al presentarlo al Ministro Provincial de los Frailes Menores de Venecia, el Arcipreste de Santa Lucía di Piave escribía: “La Orden consigue no sólo un artista, sino también un santo”. 

Comienza su subida al monte santo del Señor, es un recorrido marcado por un inmenso amor a Dios; un total abandono en sus manos; una oración hecha vida y que lleva con frecuencia a fray Claudio a la adoración ante el Sagrario; al amor a todos, especialmente a los pobres y enfermos; una extraordinaria y suave humildad; una obediencia pronta y generosa; y una radiante castidad.


Su práctica heroica de todas las virtudes se alimenta de una piedad eminentemente eucarística y reparadora y de una devoción filial a María Inmaculada. Amó de corazón a la Madre del Señor, hasta el punto de poder afirmar: "¡Soy esclavo de la Virgen!... La Virgen quiere mi salvación, porque desde hace mucho tiempo estoy consagrado a su Corazón inmaculado, cuyo esclavo me considero".  
Por amor a la Virgen de Nazaret, construyó cuatro Grutas de Lourdes, una de las cuales, la de Chiampo, es de proporciones idénticas a las de la Gruta de Massabielle, en Francia.

Gruta de Chiampo

El Cristo Muerto es la obra más sufrida y amada de Fray Claudio. El cuerpo del Hombre-Dios no se abandona en el abandono de la muerte. Los miembros del Redentor bajados de la cruz son de una belleza majestuosa. El cuerpo, perfecto, imponente, es ligero, para representar el momento antes de la resurrección, el momento que separa la muerte de la vida. El mismo Fray Claudio considerará a este Cristo como su obra maestra.

                                                 Escultura del Cristo Muerto

Atacado por un tumor cerebral, el 15 de agosto de 1947, en el Hospital Civil de Padua se encontró para siempre con Aquel a quien había confesado: “Quiero vivir y morir diciéndote y demostrándote que te amo más que a todos los tesoros del cielo y de la tierra”. Al principio de su vida franciscana, escribió: “Quisiera que mi vida permaneciese escondida como un grano de arena”. Pero el proyecto de Dios sobre este humilde fraile menor era muy distinto.


La fama de santidad de que gozaba ya en vida, tras su muerte se difundió rápidamente por el Véneto, el resto de Italia y otras muchas partes del mundo. En 1959, el entonces Obispo de Vittorio Véneto, Monseñor Albino Luciani, el futuro Papa Juan Pablo I, iniciaba el proceso diocesano sobre la vida y virtudes del artista franciscano. Este camino concluía en 1989, día en que el Santo Padre Juan Pablo II declaraba la heroicidad de las virtudes del siervo de Dios, y en 1993, aprobaba el milagro atribuido a su intercesión, declarándolo válido a los fines de la presente beatificación.



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