San Gil María De San José

 

                                                             Franciscano. 1812.

Nació en Tarento (Italia) en 1729. Francesco Antonio experimentó desde su infancia la pobreza. Aprendió muy joven el duro oficio de su padre, convirtiéndose en un hábil soguero y en un experto esterero. 

A los 18 años, a consecuencia de la muerte de su padre, recayó sobre él la responsabilidad de mantener a la familia. Su fe cristiana le ayudó a superar las dificultades y a confiar siempre en la providencia de Dios.

                                         


En 1754, tras proveer adecuadamente a las necesidades de su familia, fue admitido por los Frailes Menores Alcantarinos en el Convento de Galatone (Lecce, Italia).

Tras residir unos días en el Convento de Capurso en Bari como cocinero, fue destinado al Hospicio de San Pascual (Nápoles), donde permaneció casi 53 años, ejerciendo, alternativamente, los oficios de cocinero, portero y limosnero, con edificación de todos, especialmente de los numerosos pobres que acudían al convento para recibir de él una ayuda o una palabra de consuelo. 

Con solicitud franciscana y caridad activa, consagró todas sus energías al servicio de los pobres en Nápoles, que en aquellos difíciles años sufrían escandalosas formas de pobreza, principalmente por las vicisitudes políticas.

“Amad a Dios; amad a Dios”, solía repetir a cuantos encontraba en su diario peregrinar por las calles de la ciudad. Los nobles y doctos gustaban conversar con este franciscano de palabra sencilla e impregnada de fe. Los enfermos encontraban en él consuelo y fuerza para sobrellevar sus sufrimientos. Los pobres, los marginados y los explotados descubrían en el humilde limosnero el rostro misericordioso del amor de Dios.

Su vida fue, con todo, esencialmente contemplativa. Pasaba noches enteras en oración ante el Santísimo Sacramento; sentía un gran amor a la Natividad del Redentor; y profesaba una tierna devoción a la Virgen María, y a los santos. Su "contemplación en la acción" fue justamente lo que le hizo ver el sufrimiento y la miseria de los hermanos y lo que le convirtió en llama de ternura y caridad.

Anunciar el amor de Dios al hombre fue la misión que la Providencia asignó a este humilde franciscano en un contexto social lacerado por luchas y discordias. En él manifestó el Padre su amor a los marginados y olvidados. Fue testigo del amor con su palabra sencilla, y sobre todo con su vida pobre y alegre, que confirmaba a los hermanos en la certeza de que Dios vive y actúa en medio de su pueblo.  León XIII lo beatificó en 1888, y Juan Pablo II lo canonizó en 1996.



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