Santa María Magdalena

 

                                                            Discípula de Jesús. Siglo I.

María Magdalena fue así llamada ya sea por Magdala, cerca de Tiberías, en la costa oeste de Galilea, o posiblemente por una expresión talmúdica, que significa “cabello crespo de mujer”, aunque el Talmud, la describe como una adúltera.

En el Nuevo Testamento, ella es mencionada entre las mujeres que acompañaron y siguieron a Cristo (Lucas 8, 2-3).

También se dice que habían sido echados fuera de ella 7 demonios (Marcos 16, 9). Ella es la segunda persona nombrada a los pies de la cruz (Mc 15,40; Mt 27,56; Jn 19,25; Lc 23,49.) 

Ella vio a Cristo yaciendo en su tumba y fue la primera testigo reconocida de la Resurrección.

María Magdalena, portadora de la mirra, nació en la ciudad de Magdala a orillas de lago Genesaret, en la región norte en la Tierra Santa. Esta pintoresca tierra es rica por sus frutas y pescado. Sus habitantes se distinguían de otros palestinos por su espontaneidad, por carácter fogoso y por su espíritu abnegado. Estas cualidades también eran propias de María Magdalena. 

Desde su juventud María sufrió una posesión demoniaca. Por una coincidencia de circunstancias, o mejor dicho, por la misericordia divina, María tuvo un encuentro con Nuestro Señor Jesucristo, cuando Él, predicando el Evangelio, visitó sus tierras. El Señor se compadeció y expulsó a 7 demonios que la invadían, brindándole, de esta manera, una curación tanto física, como espiritual. Desde este momento María abandonó todo y se convirtió en una discípula de Cristo, sirviéndolo con otras virtuosas mujeres.

Es cierto que durante siglos se le relaciona con la famosa pecadora pública que aparece en en Lc. 7, 36-50, y al mismo tiempo con la adúltera de Jn. 8, 2-11, pero una simple mirada desecha esta teoría. 

Una prostituta, la que lavó los pies del Señor en la cena de Simón en ese pasaje tan bello, casi poético, no podría ser la misma mujer adúltera a punto de ser apedreada, porque no podría ser casada y al mismo tiempo prostituta. 

Sin embargo, la prostituta sí podría ser la de los "siete demonios" o sea, María Magdalena. Pero solo “podría ser”, porque el Evangelio no da nombres a ninguna de las dos pecadoras. Los nombres siempre se dan en las Escrituras porque son reconocidos por los receptores, y serían de personas conocidas en la Iglesia primitiva, que podrían aportar su testimonio a los relatos. Por ejemplo, Alejandro y Rufo, los hijos del Cirineo, cuyos nombres se dan en Mc. 15, 21 como garantía de la veracidad de lo contado, vemos en Rm. 16, 13, que es un miembro conocido de la comunidad romana.

Es San Ambrosio de Milán, el primero conocido, que identifica a María, la Magdalena, con María de Betania, y al mismo tiempo con la pecadora pública de Lucas 7, 36-50.


María de Betania es la hermana de Lázaro y Marta. Aquella que escogió “la mejor parte”, según Lc. 10, 38-42. Cristo dice mucho de esta mujer, y lo desconcertante, sobre todo, es que después no se ve más su persona, ni el Evangelio de Lucas la vuelve a mencionar. La “mejor parte”, aquella que “nadie se lo quitará”, ¿está revelando un papel en la Iglesia? ¿Está anunciando una vida de santidad?, ¿un camino diferente de vida en Dios? Durante siglos, esta “mejor parte” se ha reducido a la vida religiosa, como un camino o estado de perfección, y por ahí tomó la leyenda de María Magdalena, que la pone como eremita en la cueva de Provenza. Se le tomó como ejemplo de contemplativa, de esposa extasiada en el Esposo. Numerosos místicos hallaron en esta imagen fuente de sus elevaciones y escritos.

Otro momento importante, es la muerte y resurrección de Lázaro, que leemos en capítulo 11 de San Juan. Cuando el señor llega a la casa, se repiten los términos de la escena de Lucas: Marta reclama y María vuelve a ponerse a los pies del Señor. Su papel es determinante, pues si bien Marta hace una confesión de fe como ninguna en el Evangelio, María solo adora, confía y suplica. Y he aquí que hasta que María no sale al encuentro de Cristo, no salen los que la acompañaban. 

Las lágrimas de María ante Cristo, desatan las lágrimas de los judíos y del propio Cristo. ¿Tan conocida y querida era esta María? ¿Qué relación tan estrecha tenía con Jesús, para conmoverle y llorar? Si era tan conocida, tan querida, como no se menciona después en el evangelio, en los momentos claves de la Pasión y la Resurrección, mientras que se mencionan a otras mujeres, y siempre por sus nombres? ¿O es que sí lo hacen, pero llamándola María Magdalena?


El otro momento clave es la unción en Betania, en Jn. 12. De nuevo protagonizan María y Jesús un suceso único en el Evangelio, en el que Jesús acepta un homenaje. Vuelven a decirnos que Marta servía, cuando de pronto María derrama perfume, y buen perfume, y comienza a ungir los pies del Señor, y secarlos con sus cabellos, en un acto de servicio y reconocimiento de la grandeza del Ungido.

 Es una imagen que inmediatamente nos recuerda la unción de la pecadora pública de Lc. 7, 36-50. Solo que aquí no hay lágrimas, aunque se prevé la cercana Pasión del Señor en las palabras de Jesús “para mi sepultura lo ha guardado”. En Mt. 26, 613, y Mc. 14, 3-9 no se nos dice que sea María de Betania la mujer que unge, y el hecho ocurre donde Simón el leproso. La unción es en la cabeza, evidenciando más aún el sentido mesiánico y consagratorio de la unción. Aquí, además de su defensa, Jesús añade que “donde quiera que se predique el evangelio en el mundo entero, también se hablará de lo que esta ha hecho, para memoria suya”.

La historia de María Magdalena es una de las más conmovedoras del Evangelio y también de las más enigmáticas. Se debate si la mujer que relatan varios pasajes del Evangelio es una o tres mujeres:

1- La pecadora que unge los pies del Señor. (Lc., VII, 37-50).

2- María Magdalena, la posesa liberada por Jesús, que se integró a las mujeres que le asistían (Lc. VIII; Jn XX, 10-18) hasta la crucifixión y resurrección. 

3- María de Betania, la hermana de Lázaro y Marta. (Lc., X, 38-42). 

La liturgia romana, siguiendo la tradición de los Padres Latinos (incluyendo a Gregorio Magno) identifican los tres pasajes del Evangelio como referentes a la misma mujer: María Magdalena. La liturgia griega, siguiendo a los Padres griegos, sin embargo, las reconocen como tres mujeres distintas.  La cuestión sigue abierta. El santoral litúrgico actual celebra a una sola: María Magdalena utilizando las referencias a su encuentro con Jesús resucitado. 

La Pecadora que unge los pies del Señor en Galilea

San Lucas hace notar que era una "pecadora pública" pero no especifica que haya sido una prostituta. Cristo cenaba en la casa de un fariseo donde la pecadora se presentó y al momento se arrojó al suelo frente al Señor, se echó a llorar y le enjugó los pies con sus cabellos. Después le ungió con el perfume que llevaba en un vaso de alabastro. 

El fariseo interpretó el silencio y la quietud de Cristo como  aprobación del pecado y murmuró en su corazón. Jesús le recriminó por sus pensamientos. Primero le preguntó en forma de parábola cuál de dos deudores debe mayor agradecimiento a su acreedor: aquél a quien se perdona una deuda mayor, o al que se perdona una suma menor. Y descubriendo el sentido de la parábola, le dijo directamente:

"¿Ves a esta mujer? Al entrar en tu casa, no me diste agua para lavarme los pies, pero ella me los ha lavado con sus lágrimas y me los ha enjugado con sus cabellos. Tú no me diste el beso de paz; en cambio ella no ha cesado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza y ella me ha ungido los pies. Por ello, te digo que se le han perdonado muchos pecados, pues ha amado mucho. En cambio, aquél a quien se perdona menos, ama menos". Y volviéndose a la mujer, le dijo: "Perdonados te son tus pecados. Tu fe te ha salvado. Vete en paz". (Lc. 7).

La discípula de Jesús, liberada de siete demonios

En el capítulo siguiente, San Lucas, habla de los viajes de Cristo por Galilea, dice que le acompañaban los apóstoles "y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios" (Lucas 8:2).  

Lucas no especifica ni niega que sea la misma pecadora que unge a Jesús, pero ciertamente se trata de una pecadora y es la misma persona que en Marcos 16:9 es testigo de la resurrección.  

La hermana de Marta y Lázaro, residentes de Betania

Más adelante Lucas narra que, en "cierta población", el Señor fue recibido por Marta y su hermana María. Probablemente las dos hermanas se habían ido a vivir a Betania con su hermano Lázaro, a quien el Señor había resucitado a petición de ellas. Dada la mala reputación que tenía María en Galilea no sería extraño que los tres hermanos se mudaran a Betania (Judea). 

Marta se ocupaba con afán de atender al Señor y le pide que dijese a su hermana que le ayudase, pues María estaba a los pies de Cristo para escuchar cuanto decía. El Señor respondió: "Marta, Marta, te preocupas por muchas cosas y sólo hay una necesaria. María ha escogido la mejor parte y no le será quitada" (Lc. 10:41).  

Cuando Cristo fue llevado ante Pilatos para ser injuriado, los discípulos vacilaron en su fe y huyeron, pero María no abandonó al Señor; estuvo junto a la cruz al lado de la Madre de Dios y el apóstol Juan, el discípulo más querido. 

Fue ella quien acompañó el cuerpo del Salvador cuando fue llevado a su tumba en el jardín de José de Arimatea y allí untó el cuerpo con la preciosa mirra y las sustancias aromáticas. Por ello fue llamada portadora de la mirra. Los funerales del cuerpo de Cristo fueron realizados de una manera muy apresurada, ya que era un viernes, y dentro de algunas horas, al anochecer, debía comenzar la festividad de la Pascua Judía. 

Al día siguiente después de la Pascua, un domingo en la temprana mañana, cuando la oscuridad cubría todavía la tierra, María fue la primera en llegar a la tumba, para finalizar el rito de la sepultura del cuerpo del Salvador. Durante su camino a la tumba, pensaba como iba a poder mover la roca a la entrada de la tumba que era muy pesada. 

Cuando llegó a la cueva, vio que la roca ya estaba apartada. Entonces, se apresuró a regresar al lugar donde estaban los apóstoles y les contó a Pedro y a Juan lo que había sucedido. 

Los Apóstoles fueron corriendo a la sepultura. Al encontrar los velos funerarios, los apóstoles se fueron. 

María llegando después de los apóstoles, entró en la cueva donde estaba la tumba y comenzó a llorar. Entonces vio a dos jóvenes vestidos en blanco. Eran dos ángeles. Uno de ellos preguntó: "Mujer, por qué lloras?. ¿A quién buscas?" María respondió: "Se llevaron a mi Señor y no sé donde le han puesto." 

Al pronunciar estas palabras volvió la cabeza y vio a Jesucristo. Pero no lo reconoció. Pensando que era el hortelano, le dijo: "Señor, si tú lo has llevado, dime donde lo has puesto...". Jesús le dijo: "María!" y reconoció ella su voz familiar y vio que era el Salvador que había resucitado. En un ímpetu de alegría se postró María a sus pies.

Después de la Ascensión de Señor, María, junto a los apóstoles fue digna de la gracia de Dios del Espíritu Santo en el día del Pentecostés. María, testigo de la vida y de los milagros del Salvador, recorrió numerosos países predicado el cristianismo.

Se dice que, predicando en Roma, fue al palacio del Emperador Tiberio. Durante la audiencia le habló al Emperador del Señor Jesucristo, de sus enseñanzas y de su resurrección de la muerte. El Emperador dudó de la resurrección y pidió alguna evidencia de ello. Entonces María tomó un huevo cocido que estaba sobre una mesa y entregándoselo le dijo: "¡Cristo resucitó!". Mientras pronunciaba estas palabras, el huevo blanco, que tenía en sus manos el Emperador, se puso de color rojo vivo. 

Este acontecimiento esta muy bien representando en la pared oriental del altar del hermoso templo de Santa María Magdalena que se encuentra en el jardín de Getsemaní y que fue construido por el Emperador ruso Alejandro III en el año 1886. La Santa está humildemente vestida de blanco al estilo apostólico, frente al Emperador Tiberio, el cual se encuentra rodeado de guardaespaldas. En su extendida mano, ella sostiene un huevo rojo. En el día de su conmemoración, en el jardín Getsemaní, después de la Santa Misa, a los peregrinos les ofrecían huevos rojos pascuales con las palabras: "¡Cristo resucitó!".

Después de Roma, María Magdalena fue a Éfeso y allí ayudó en la predicación al Apóstol Juan el Teólogo. Las circunstancias de su muerte son desconocidas.  Durante el gobierno del Emperador León (886-912) sus imperecederas reliquias fueron llevadas a Constantinopla. Los soldados de las Cruzadas fueron los que llevaron las reliquias de la Santa a Roma. El Papa Honorio II (1216-1227) las depositó debajo del altar de San Juan Letrán (uno de los más antiguos templos de Roma).

La leyenda asocia a Francia con María Magdalena, supone que la mujer escapó, junto con Lázaro y sus hermanas, de la persecución, llegando a las costas de la Galia. María Magdalena evangelizó partes de Francia y pasó sus últimos días viviendo en una cueva en Provenza. 


Sus reliquias fueron veneradas primero en Vézelay. Más tarde, St Maximin-la Sainte Baume afirmó que sus reliquias estaban allí y se podía ver lo que se supone, era su cráneo en la Basílica de St Maximin. El cráneo de María Magdalena descansa la mayor parte del año en la cripta de la Basílica Sainte Marie Madeleine, una basílica gótica  cuya construcción comenzó en 1295 bajo Carlos II de Anjou, Rey de Nápoles, Conde de Provenza y sobrino de San Luis (Rey de Francia). El cuerpo de María Magdalena fue enterrado en este terreno, y luego escondido durante siglos sólo para ser redescubierto el 10 de diciembre de 1279 durante las excavaciones ordenadas por el propio Carlos II.

                                          Relicario con el cráneo de Maria Magdalena

Los restos de María Magdalena se encontraron intactos, excepto por su hueso de la mandíbula. En el polvo dentro de la tumba había una tableta de madera envuelta en cera. La mandíbula de María Magdalena fue enviada a Roma después de una excavación previa de su tumba y antes de la invasión del 710 d.C. , cuando todas las reliquias importantes en Francia estaban ocultas.  En Roma, el hueso de la mandíbula de María Magdalena había sido venerado durante siglos. Con la noticia del descubrimiento de 1279, el Papa Bonifacio VIII devolvió el hueso de la mandíbula a St. Maximin-la-Sainte-Baume y el 6 de abril de 1295 se reunió con el cráneo de María Magdalena. Se dice que cuando se abrió por primera vez la tumba de María Magdalena en 1279, había un maravilloso olor a rosas que llenaba el aire, y había un pequeño trozo de piel pegado a su cráneo, en el lugar donde Jesús la tocó después de su resurrección. Los obispos que presenciaron la excavación llamaron al trozo de piel "noli me tangere", porque supusieron que a través del milagro del toque de Jesús, la piel aún estaba viva. Los encargados de las reliquias sellaron cuidadosamente el "noli me tangere" en un florero de vidrio. 

                                          Relicario con el cráneo de Maria Magdalena           

En el siglo XVII, los protestantes destruyeron la abadía benedictina de Vézelay, convirtieron la iglesia en un establo y destruyeron las reliquias. En 1793, durante la Revolución Francesa, el santuario fue asaltado y las reliquias arrojadas. La basílica de St. Maximin se salvó de la destrucción total, al transformarla en una tienda del gobierno.

Menos de un siglo después, en el momento en que se creó el relicario de oro para albergar el cráneo con su cabello dorado, llevado por cuatro ángeles dorados (presumiblemente 1860 porque los números romanos "MDCCCLX" están en la parte posterior), el artista diseñó un lugar especial debajo el cráneo para poner el frasco de vidrio que contiene el precioso "noli me tangere". En el año 1814, la Iglesia de La Sainte-Baume, derrumbada durante la Revolución, fue restaurada y en 1802 la gruta fue nuevamente consagrada. La cabeza de la santa ahora yace allí, donde ha estado por tanto tiempo y donde ha sido centro de muchos peregrinajes.

De acuerdo con la tradición griega, tras la muerte de la discípula de Jesús en Éfeso, su casa fue primero su tumba y luego su santuario. Pero en el año 886, León VI, entonces emperador bizantino, mandó transportar su cuerpo hasta Constantinopla.

Tiempo después el rey de Jerusalén entregó el cuerpo al Rey de Francia. La historia indica que antes de que los restos mortales llegasen a su destino, al pasar por Roma, se le retiró el primer pie que pisó el Santo Sepulcro; mismo lugar en el que Nuestro Señor resucitó. La reliquia permaneció por mucho tiempo en una capilla que se sitúa en la entrada del Puente Sant’Angelo, siendo el último lugar que debían visitar los peregrinos antes de llegar a la tumba del Apóstol San Pedro.

                                     Relicario con el pie izquierdo de María Magdalena

Desafortunadamente, con el paso de los años, la reliquia permaneció en el olvido, hasta que fue llevada a la Basílica de San Juan Bautista de los Florentinos. En este templo romano construido bajo el título de San Juan Bautista, patrono de Florencia, se guardó la reliquia en un elegante relicario de plata que elaboró Benvenuto Cellini. En la Basílica, todos los años, durante la fiesta de la Magdalena, que ocurre el 22 de julio, se le rinden especiales tributos a la discípula de Jesús. 

                                     Relicario con el pie izquierdo de María Magdalena

En el Monasterio de Simonopetra, en el Monte Athos, se encuentra la mano izquierda de Santa María Magdalena. Se dice que la mano está incorrupta, se mantiene cálida y que de ella emana un hermoso perfume. También se dice que hace milagros. En 1945 hubo un gran fuego en los bosques cercanos al Monasterio de Iviron. Los monjes de Simonopetra llevaron hasta el lugar del fuego la reliquia de Santa María Magdalena. Los dos monjes que la llevaban en las manos se acercaron al fuego, y mientras más se acercaban, más se alejaba el fuego. Los monjes hicieron una ceremonia de agua bendita y una rogatoria, y cuando terminaron, el fuego había desaparecido.

                                          Relicario con la mano de María Magdalena


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